![]() (A propósito de "Réquiem por un campesino español") |
Cuando en la primavera de 1974 (lejana fecha, es cierto: aún vivíamos bajo una dictadura en este país), Sender vuelve a España después de treinta y cinco años de exilio sin pausa, hacía poco tiempo que alguien me había hablado y con fervor del escritor aragonés. Yo no conocía todavía nada de su obra, cosa bien lógica dada la dificultad con la que ésta circulaba, amén de mi recién estrenada adolescencia de aquel entonces y mi subsiguiente ignorancia de tantos asuntos, tantos personajes y de una buena parte de la Historia. Aunque supe en ese momento que tenía mucho trabajo por delante si quería remendar algunos de tales descosidos, a Sender no lo leí hasta unos años después, ya más metida en la juventud que en la adolescencia. Inevitablemente elegí para empezar "Réquiem por la muerte de un campesino español", novela que reclamaba especial atención porque encajaba perfectamente con el clima social y cultural que vivíamos en esa época, y que hoy me parece aún más extraordinaria, puesto que desprendida mi lectura de todas las servidumbres de antaño, se ha enriquecido, creo y espero, con los años. No es mérito propio, sino del texto senderiano , capaz de ofrecer respuesta a inquietudes diferentes en tiempos distintos, como les ocurre a las obras clásicas y de vocación universal. * (Perplejidad). Yo creo que ésta es la definición ontológica de los personajes de las novelas de Sender, y desde luego de los dos protagonistas de "Réquiem por un campesino español" o "Mosén Millán", como el autor denominó a su novela en primera instancia. El joven Paco "el del Molino" y el cura Millán quedan inexorable y fatídicamente situados cada uno a un lado de la fractura social y política que marca los años anteriores a la Guerra Civil de 1936, con cuyo comienzo se consuma la tragedia y termina el relato. Este enfrentamiento que antaño propiciaba una lectura de cariz predominantemente político-social, se revela hoy como el eje del argumento existencial de la novela. En torno al él la vida de los habitantes del pueblo donde ésta transcurre se organiza, trenzando un destino en el que, como en la tragedia clásica, cada cual tiene su papel, asumido finalmente en un ejercicio de voluntad personal, pero siempre porque se hace propia una especie de fuerza superior ante la que no parece caber otra elección. * (Fatum). De ahí esta perplejidad con que los protagonistas viven sus decisiones, o cuando menos las consecuencias de esas decisiones. Consecuencias producidas por ellos e imbricadas en circunstancias que sobrepasan lo personal en mucho. Cuando al final del relato, Mosén Millán y Paco el del Molino se sumergen bajo la soledad desesperante de la muerte, ambos han recorrido el camino hasta las tapias del cementerio, donde Paco será fusilado, empujados por una sucesión de casualidades que en el fondo pertenecen al escenario histórico que les ha tocado vivir. Paco, a lo largo de su corta vida, ha ido tomando conciencia de la realidad, con su tremendas desigualdades sociales y económicas, con sus miserias y con todo su dolor, optando en ese proceso por la rebelión. Mosén Millán ni desconoce los hechos ni es insensible a ellos; pero su compasión es paternalista y se alinea irremediablemente a lado de lo establecido. No es capaz de hacer otra cosa, como Paco no puede negarse a ser víctima de la gran injusticia de la historia y héroe después en el romance popular que canta por las calles del pueblo su prisión y muerte. Hasta llegar a ellas, Paco va encontrándose en situaciones que no elige, pero que asume impelido por su nítido sentido de la justicia y la diginidad humanas: episodios como el de la visita a las cuevas, donde le lleva Mosén Millán para administrar la extramaunción a un pobrísimo anciano moribundo, pasando ya años después por la impuesta repetición de unas elecciones municipales donde Paco el del Molino sustituirá en las listas republicanas a su padre, hasta la furia del alzamiento militar y la represión fascista que acabará con su vida y con la de otros muchos en el pueblo. * (Culpa). Mientras que la fuerza que predomina en Paco el del Molino es la de la rebelión, que se manifestará incluso en los últimos momentos ante su propia e irremediable muerte que ni espera ni entiende, el sentimiento que embarga a Mosén Millán es el de la culpa ante esa muerte. Pero no tanto porque él sea el delator del escóndite de Paco -eso parece insoslayable- , sino por haberle llevado cuando era pequeño a las cuevas : "pensaba que aquella visita de Paco a la cueva influyó mucho en todo lo que había de sucederle después". Al final, la mutua simpatía que humanamente se profesaban Paco y Mosén Millán es aplastada por la perplejidad: la del primero al comprender el papel tan determinante que el cura ha tenido en su vida y en su muerte; la del segundo, abrumado por esa insufrible culpa histórica, vital, puesto que ha sido instrumentalizado por los caciques para convencer al joven de que se entregue, y eso lo convierte en una víctima más: "Me han engañado a mi también". * (Soledad). Reside en el conjunto de la novela de Sender la dificultad esencial del ser humano para comprender éticamente la vida, el mundo ("A veces, Dios permite que muera un inocente), lo que la coloca en la órbita del existencialismo europeo. El escritor es capaz de enfrentarse al vacío y organizar un espacio y un tiempo en el que los personajes respiran y viven, pero todos, como en la tragedia clásica, se hallan inevitablemente solos. Y en Sender la soledad tiene el color de la tierra. Porque es una soledad telúrica. Frente a ella únicamente se alzan los ritos: la católica extremaunción suministrada al anciano que muere solo junto al silencio de su mujer, o la misa de requiem que celebrará Mosén Millán un año después del fusilamiento de Paco, prácticamente solo también, porque nadie del pueblo, excepto los tres caciques enemigos de Paco, asistirá; o los sortilegios practicados por la Jerónima, medio bruja, alcahueta y oráculo, que colocó bajo la alhomada del recién nacido Paco un clavo y una pequeña cruz. Igualmente rituales son las reuniones de mujeres en el carasol, donde siempre está también la Jerónima, que actúan a la manera del coro de una tragedia clásica mientras tejen y destejen como las parcas el devenir de los acontecimientos. * (No Tiempo). La Jerónima es el único personaje de la novela que parece situarse desde el principio fuera del tiempo y de las circunstancias, presente no sólo durante el transcurso de la narración, - "cuando Paquito fue Paco, y salió de quintas, y cuando murió, y cuando Mosén Millán trataba de decir la misa de aniversario"-, sino aun antes y después. Es de las pocas mujeres del carasol que sobrevive a la "dos rociadas de ametralladora" que descargaron contra ellas "los señoritos de la ciudad". El carasol desierto es la muerte que se va apoderando del pueblo entero, callado y sombrío "como una inmensa tumba". Sin embargo, la vida se rebela, como lo hizo Paco: su caballo atruena en el interior de la iglesia vacía, como una metáfora que acompaña al romance que recorre el pueblo reviviendo su captura y asesinato; la Jerónima se transforma en el grito picassiano que día tras día irrumpe en el carasol, mientras cuenta interminable las huellas de las balas que allí quedaron. El olvido no parece posible, y "si el carasol existiera" hablaría del potro recorriendo el templo enfurecido. El tiempo se ha quedado quieto: "un año había pasado desde todo aquello, y parecía un siglo", sin embargo, a la vez, "la muerte de Paco estaba tan fresca, que Mosén Millán creía tener todavía manchas de sangre en sus vestidos". * (Vida). Frente a esta desolación, y en una línea de comprensión paralela, Sender ha trazado a lo largo de la novela toda una pintura de la vida en el mundo rural, que no deja de tener su valor etnográfico. Descripciones ríquisimas y preciosas de diversos episodios ligados al transcurso sencillo de los principales aconteceres de la vida de las gentes del campo se suceden en la narración, mientras la historia va irrumpiendo poco a poco en ellas. Merece la pena deternerse en las recreaciones del bautizo y de la boda de Paco, en el episodio en que Paco, como todos los mozos del lugar, se baña en la fuente de la plaza del agua, donde está el lavadero, ante las mozas, claro rito de iniciación , o en el desarrollo del noviazgo con Agueda, que incluye una hermosa ronda a la novia la víspera de San Juan. * Se ha hablado mucho del desaliño estilístico de Sender, de su descuido con el lenguaje. No es una de sus preocupaciones máximas, desde luego, la de la exquisitez lingüística. Como en los grandes escritores, el cierto grado de despreocupación estilística se convierte en una virtud, en una herramienta literaria sin duda. Sobriedad, naturalidad, tono directo. Perfecta adecuación de su vocabulario a las necesidades literarias de comunicación de su sentido bastante crítico del hombre y de la sociedad. Esas son algunas de las claves de la escritura senderiana, y desde luego de "Requiem por un campesino español", donde destaca la habilidad para introducir términos del habla popular, del acerbo ríquisimo del castellano más clásico, también. Hay que detenerse quizás especialmente en sus descripciones de las ceremonias, de los lugares del pueblo, de algunos personajes, y no pasar por alto la retahíla de términos que se utilizan como insultos: zurrapa, zancajo, trotona, pinchatripas, chirigaita, mocarra, fuina, zumpeta, pata de alfilador, tia chamusca, estropajo, etc. * ![]() Este año 2001 se cumple un siglo del nacimiento de Ramón J. Sender. Las instituciones han preparado diversos actos y eventos para conmemorarlo. Los lectores y aficionados a la literatura haremos bien en acercarnos sin más a su obra. Leer o releer a Sender será sin duda nuestro mejor reconocimiento a un maestro del lenguaje y a un inteligentisimo conocedor de la naturaleza y de la sociedad humanas. * ©2001 Luisa Miñana |
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