La Sonrisa de Hiderosi. 3/4 Marisa Lamarca.

Cronista

Sonrisa

Marisa Lamarca
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En esta ocasión, de madrugada, el olor a vainilla de los heliotropos había llegado hasta su lecho y esto había bastado para que su recuerdo le devolviera las imágenes de aquel día infortunado que fue a visitar a Rekyu y en el tokonoma, o espacio de ofrendas de la casa de té, la mejor espiga de heliotropo del jardín reposaba en un delicado recipiente de laca. Sí, aquella mañana no era como las otras, aquella mañana no había podido evitar la sensación de culpa. Vagando por el bosque, agitado y dolorido, se agarró a la imagen serena que guardaba del maestro. Rekyu, lo recordaba bien, le proporcionaba ese raro placer de reconocerse en otro. Aquellas veladas juntos habían sido un transvase de entendimiento mutuo, allí aprendió a conocerse, ahora lo sabía, y allí aprendió a saborear los beneficios de la amistad.

La ofensa contra Rekyu, pensó, no era, en sí, haberle quitado la vida; la gran ofensa infligida a su amigo había sido haber dudado de su lealtad; el traidor, a fin de cuentas, era él. Por extraño que parezca, este pensamiento tuvo en Hideyoshi el efecto de una revelación. Inmediatamente cesaron sus sufrimientos, sabía qué debía hacer.

Mandó a sus subordinados abrir y ordenar la casa de Rekyu y él se reservó el trabajo de adecentar el espacio de la casa de té. Rastrilló la arena del jardín, barrió y regó el sendero de cantos rodados, sacudió los árboles que esparcieron sobre el terreno sus hojas y, en ese momento, sonrió al recordar que todos estos gestos los había ido aprendiendo mientras observaba, a veces con impaciencia, al maestro. Éste le había dicho muchas veces que cada gesto en la búsqueda de la perfección era más importante que la misma perfección. Con este pensamiento entró en la casa de té; limpió cada palmo, sacó del arcón los objetos propios del té y los lavó con esmero. Mientras pintaba el kakamono que luego colgaría en la pared, recordó que Rekyu insistía en que la belleza verdadera sólo podía descubrirla quien completara mentalmente lo incompleto.

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