Perspectivas -2- |
- Te la estás jugando -me dijo-. Si me vuelves a dejar tirado, te arranco los ojos. Estoy hasta los huevos. El caso es que me vestí y me arrastré hasta la facultad. Andrés me esperaba en la puerta del laboratorio, fumándose un cigarrillo y con cara de pocos amigos. Entramos juntos, sin decirnos nada. Miré los pasillos y las puertas por última vez. ¿Qué son las imágenes? ¿Cómo funciona el proceso de la realidad, como lo asimilamos? ¿Alguien puede explicarme qué es una puerta? Entramos en el aula y vi algunas caras que me reconocían, y la duda se abismó. ¿Qué sabían de mí? Saludé con un gesto de la mano a algunos compañeros y me coloqué en el sitio que teníamos asignado. A partir de aquí, todo se acelera y se confunde. Sé que nos explicaron en qué consistía la práctica, y que no comprendí ni una palabra. Sé que había resistencias, condensadores, voltímetros. Tuve la impresión de que nunca había visto aquellos objetos, de que no tenían ningún sentido, de que no significaban nada. Sé que había una pizarra blanca llena de fórmulas escritas con un rotulador azul. Sé que en un momento dado se formaron los grupos, y como éramos impares tuvo que hacerse un grupo de tres personas, y ese grupo fue el nuestro. Andrés, yo y una chica rubia de Granada a la que no había visto en mi vida. Nos contó que acababa de llegar, que había venido a Zaragoza a hacer la especialidad (óptica, claro). Llevaba gafas y era, o me pareció, terriblemente hermosa. Me habría gustado impresionarla, así que lo intenté, a pesar de que mis manos no reconocían lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Empecé a manipular los aparatos y los circuitos. En algún momento de la siguiente hora, Andrés me dijo que íbamos a terminar antes si yo no tocaba nada. - Limítate a copiar los datos -me dijo- y déjanos lo demás a nosotros. Ana (la rubia de Granada se llamaba Ana) me miró decepcionada y yo sentí como un nudo en el estómago que me subía hacia la garganta y que se materializaba en la boca en forma de bilis. Como si mi cuerpo sintiera también la incomodidad del universo. Al rato hicimos una pausa para salir al pasillo a fumar. Andrés y Ana caminaban delante, hablando animadamente sobre algo (sobre la lógica difusa, si no recuerdo mal, sobre una manera de interpretar que no se limite a una sucesión de ceros y unos). Yo iba tres pasos por detrás, con la resaca todavía retumbándome por todo el cuerpo. Nos detuvimos frente a uno de esos paneles de corcho lleno de anuncios y encendimos nuestros respectivos cigarrillos, sin pronunciar una palabra. Después de tres caladas, Andrés anunció que se iba al servicio, y Ana y yo nos quedamos mirando al suelo, sin saber qué decir. Fue entonces cuando se me ocurrió la frase fatal, la frase que a la postre iba a terminar con mi vida. - Y a mí que me parece -dije- que la electricidad está sobrevalorada. - ¿Cómo? -Ella me miró con más tedio que curiosidad. - La electricidad -repetí-. Vamos, que no es para tanto. Ana dio otra calada y levantó un poco los hombros, como si pensara "y a mí qué me cuentas". Pero yo no iba a renunciar ahora, no quería que me tomara por tonto, así que insistí: - No sé por qué les interesa tanto que nos creamos todo esto. Ana se volvió hacia la puerta de los servicios, con mirada implorante, tal vez esperando que Andrés, al que apenas conocía, volviera para rescatarla de esta conversación. - Yo, por ejemplo -continué- metí una vez los dedos en un enchufe, cuando tenía quince años, y no me pasó nada. Lo único que sentí fue un leve cosquilleo. - Ya, ya, claro -respondió Ana, sin mirarme-. Ya me lo imagino. - ¿Es que no me crees? Por primera vez en toda la conversación, me miró a los ojos, no sé si con miedo o con lástima. Apagó el cigarrillo en un cenicero, al lado de una columna. - ¿No te lo crees? -repetí. - ¿Por qué no me lo iba a creer? ¿Qué motivos podrías tener para inventarte semejante tontería? Sentí un leve cosquilleo en los dedos de la mano derecha. - Bueno -le dije-, a lo mejor sí que me pasó algo entonces. A lo mejor me electrocuté y ahora estoy muerto y te estoy soñando. A lo mejor esta facultad es el paraíso, o el infierno, y yo todavía no me he dado cuenta. A lo mejor eres un ángel, o el demonio encargado de atormentarme durante toda la eternidad. En ese momento apareció Andrés, que a la vez que se acercaba nos hizo un gesto con la mano para que fuésemos entrando al laboratorio. Caminamos por el pasillo sin hablar, yo llegué el primero a la puerta, la abrí y dejé que pasaran ellos delante, Andrés primero y Ana después. Cuando Ana pasó junto a mí (casi nos rozamos), le susurré: "te lo voy a demostrar". |
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© texto 2009 Miguel Serrano Larraz |
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Versión 19.0 - Septiembre 2009
El cronista de la Red número 19. Biografía, relato, fotografía, arte, dibujo, poesía, libros, traducción, nuevos creadores. Viaje, la historia, la arquitectura y la cultura