Japon 4. Fotografías

Relatos de viajes por Carlos Manzano

Cronista



Japón

Japón, universo de contrastes - 4



En primer lugar, las dos poblaciones origen y final del camino, Magome y Tsumago (se puede hacer el recorrido en ambos sentidos, aunque partiendo de Magome se hacen más kilómetros de descenso que de ascensión), justifican por sí mismas una visita. Ambas, pero sobre todo Tsumago, son poblaciones rurales de aspecto puramente medieval, con ese encanto especial que ofrecen los espacios donde el tiempo parece haberse detenido para siempre. Ambas poblaciones suelen recibir un importante número de turistas (un turismo sobre todo local, no son muchos los extranjeros que se acercan hasta aquí, ya que no entra en la ruta de los principales touroperadores), aunque son bastante menos los que se animan a completar el recorrido.

  No tengo conocimientos de biología ni entiendo de plantas y flores, así que me resulta imposible dar cumplida cuenta de los diferentes y variados parajes que fuimos descubriendo a nuestro paso. En cualquier caso, sí puedo decir que el camino es lo suficientemente variado para permitirnos atravesar bosques espesos y húmedos (de cedros y bambúes, entre otros), caminar junto a ríos poco caudalosos, contemplar algunas cascadas, cruzar minúsculas poblaciones rurales donde apenas llegan turistas, transitar amplios senderos abiertos y vistosos campos de arroz... En resumen, y para no extenderme demasiado en descripciones latosas y redundantes, el Valle del Kiso ofrece todo un muestrario de paisajes y entornos naturales que compensa sobradamente el pequeño esfuerzo que supone completar el recorrido al completo (recorrido que, como he dicho antes, está perfectamente señalizado, por lo que es casi imposible perderse).



Japon, Carlos Manzano

Nagome-Tsumago



  En principio, teníamos previsto, una vez llegados a Tsumago, tomar el autobús de línea que conduce a la cercana población de Nagiso para, desde aquí, regresar en tren a Nagoya. Sin embargo, en Tsumago nos entretuvimos más de lo esperado (no pudimos resistir la tentación de probar un clásico té verde en un local tradicional, lo cual nos ocupó más tiempo del previsto) y por ese motivo perdimos el último autobús. En consecuencia, nos vimos obligados a hacer a pie los tres kilómetros que separan Tsumago de Nagiso, lo que, por otra parte, nos permitió disfrutar un poco más del maravilloso encanto de esta zona rural, que en modo alguno merecería pasar inadvertida. Fue, en resumen, un día que quedará en mi recuerdo como uno de los más gratificantes de todo el viaje.

Takayama



  Incluimos Takayama en el recorrido por varias razones. La principal, obviamente, porque se trata de una ciudad hermosa y acogedora como pocas que todavía conserva diversas calles con sus tradicionales viviendas de madera. Igualmente, habíamos previsto realizar desde aquí una visita a la cercana población de Shirakawa-go, otra localidad tradicional donde se encuentran cierto tipo de viviendas denominadas "gasho", las cuales han perdurado hasta nuestros días en perfecto estado de conservación. Se trataba, pues, de adentrarnos en esa parte de Japón, tan cara de ver hoy en día, propia de épocas pasadas de samurais y daymios, tan maravillosamente recreadas en algunas películas de Kurosawa, Mizoguichi o Hideo Gosha. Y hay que decir de antemano que Takayama, a pesar de ser una importante localidad turística y recibir cada día un nada despreciable número de visitantes, fue uno de los lugares más hermosos en donde pusimos nuestros pies.

  El hecho de pasar dos noches en Takayama (en el por otra parte encantador y agradable Minshuku Kuwataniya, estratégicamente situado al lado de la estación de ferrocarril) nos permitió disfrutar del entorno urbano con total tranquilidad. Ya de noche, cuando las legiones de turistas han iniciado el camino de regreso a sus ostentosos hoteles o a sus siempre acogedores hogares, pocas cosas resultan más agradables que volver a recorrer el distrito antiguo de Nagamachi, con sus calles ajenas al tráfico rodado y libre de la presencia de viandantes, y disfrutar del inigualable encanto de sus casas de época samurai y de ese atmósfera genuina e indescriptible propia de los lugares eternos. En una ocasión, incluso tuvimos la suerte de toparnos con una representación callejera que incluía cantos y bailes ancestrales sin que llegáramos a entender el porqué de su celebración. No importa. En realidad, moverse por Japón exige en muchos casos el esfuerzo de ver sin comprender, observar sin la necesidad de analizar, dejarse llevar por las sensaciones y las emociones sin tratar de buscarles sentido, apartar un poco la mentalidad racionalista que nos es propia y permitir que sean los ojos los que reaccionen. Es en momentos así cuando más se puede llegar a disfrutar de este país.

  Unos de los principales alicientes de viajar a Japón es su gastronomía, sobre todo cuando se descubre que comer es mucho más barato de lo que se cree (la terrible crisis que asoló el país en los años 90 del siglo pasado, con su persistente deflación, ha hecho que la vida ya no resulte tan exorbitantemente cara como debía de serlo en décadas anteriores). Si uno se abstiene de frecuentar los restaurantes más distinguidos, es posible comer por tres euros o incluso por menos, eso sí, siempre que hablemos de platos basados sobre todo en el arroz o los fideos. Pero incluso cuando se desea disfrutar de una comida algo más exquisita, es fácil no superar los 6 o 7 euros por persona. Japón posee multitud de restaurantes (solo en Tokio existen más de 300.000 lugares donde comer) y muchos de ellos, generalmente los más económicos, ofrecen en sus vitrinas la reproducción exacta de los platos que se sirven en su interior, lo que facilita su identificación. Sin embargo, hay ciertos platos que escapan a esta norma. La carne, por ejemplo. Es mundialmente conocido el buey de Cobe, cuyo sabor, dicen los que lo han probado, se convierte en un placer único. En un segundo nivel de calidad está la llamada ternera de Hida, que es el nombre de la región en donde nos encontramos, razón por la cual decidimos que, ya que nuestro presupuesto se mantiene bastante por debajo de lo esperado, ha llegado el momento de permitirnos un pequeño lujo culinario. Así que entramos en el restaurante Suzuya, uno de los más reconocidos de la ciudad, para probar la referida ternera de Hida. Hay que decir que se trata de una carne extraordinariamente blanda, veteada por unos hilillos de grasa que la convierten en un bocado muy jugoso. El precio, ciertamente, es bastante elevado: una ración de 150 gramos nos vino a costar unos 4.800 yenes (38 euros al cambio, más o menos). Sin embargo, junto a la exquisitez de la comida, verdaderamente sabrosa, pudimos disfrutar también de la amable compañía del dueño del restaurante, quien, aparte de prepararnos la susodicha carne justo en su punto, trató con más esfuerzo que éxito trabar conversación con nosotros y nos mostró unos cuantos álbumes de fotos con buena parte de los productos que ofrecía en su restaurante (muchos de los cuales él mismo se encargaba de cultivar y recolectar). Fue una velada más que interesante, aunque el inconveniente del idioma, como ya venía siendo habitual, nos impidió un mayor grado de confraternización. Una pena.

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© texto y fotografías 2009 Carlos Manzano

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Versión 19.0 - Septiembre 2009

El cronista de la Red número 19. Biografía, relato, fotografía, arte, dibujo, poesía, libros, traducción, nuevos creadores. Viaje, la historia, la arquitectura y la cultura