Japón 3. relatos de viajes

Carlos Manzano

Cronista



Japón

Japón, universo de contrastes - 3

No entraré en la descripción pormenorizada de todos y cada uno de los barrios de esta inmensa urbe (para eso ya están las guías de viaje, mucho más exhaustivas de lo que podrían dar de sí estas modestas líneas), pero no puedo dejar de recomendar otro de los barrios característicos de Tokio, Ueno, que, además de acoger uno de los más extensos y agradables parques de la ciudad y buena parte de sus museos, alberga el mercado callejero de Ameyoko, un vibrante y colorido maremágnum de puestos y tiendas que nadie debería dejar de visitar, especialmente de noche. Aquí hay de todo lo que cualquiera puede necesitar en su vida diaria: ropa, restaurantes, alimentación, menaje, mobiliario…, todo a pie de calle y a un precio más asequible que en cualquier otra zona de la ciudad. Como he señalado más arriba, nada que envidiar a cualquiera de los mercados callejeros de Tailandia o China, por ejemplo.

  Otro de los espacios urbanos que dan la medida del Japón más actual e innovador es Harajuku. Esta zona se ha convertido en uno de los centros de peregrinación turística más importantes del país debido a los grupos de jóvenes que cada domingo se dan cita en el puente que conduce al parque de Yoyogi ataviados con sus características y excéntricas vestimentas. Como si se tratase de un auténtico safari, fotógrafos de todas las nacionalidades (japoneses incluidos, por supuesto) se lanzan cada domingo a la caza y captura de los especímenes más singulares, más estrafalarios o más extravagantes que allí recalan y cuya diversidad estética y atrevimiento ornamental nunca dejan de sorprender. Ya he hablado al principio de la moda juvenil japonesa, así que, para no resultar redundante, no insistiré en ello. Además, las fotografías, en este caso, resultan mucho más ilustrativas.

Japon, Carlos Manzano

Tokio-Ueno



Nagoya

  Nagoya es la cuarta ciudad más poblada de Japón. A priori, no ofrece demasiados atractivos (al menos las guías de viaje no se entretienen demasiado en ella), a excepción de su restaurado pero todavía atractivo castillo. Aun así, razones de logística principalmente nos aconsejaron hacer noche aquí durante un par de jornadas.

  La estación de ferrocarril de Nagoya, de reciente construcción, alberga en sus subterráneos todo un amplísimo y casi laberíntico complejo comercial, cuya longitud se extiende hasta más allá de los edificios colindantes. En Japón llueve bastante, circunstancia que favorece la creación de estos inmensos espacios cubiertos donde hallan refugio todo tipo de tiendas. Aunque a mí, personalmente, casi todos me parecieron artificiales, feos y nada agradables (a excepción, tal vez, del de Kioto, del que hablaré en su momento), los japoneses los frecuentan a menudo. Como curiosidad, cabe decir que nada más abandonar la estación de Nagoya descubrimos que el área urbana que la rodea ha sido calificada como "zona libre de humos", por lo que está rigurosamente prohibido fumar en la calle. A mí, la verdad sea dicha, me resulta curiosa una prohibición así, máxime cuando en bares y restaurantes, espacios cerrados donde el daño causado por la nicotina es más perceptible, sí está permitido fumar.

  El castillo de Tokugawa que puede visitarse hoy en día es una reconstrucción del original, el cual resultó destruido por un pavoroso incendio en 1945 tras ser bombardeado por el ejército estadounidense (buena parte del legado histórico de Japón acabó demolido bajo los insistentes bombardeos de la aviación aliada; lo de Hiroshima no fue más que el punto álgido de una destrucción organizada en toda regla). Sin dejar de ser interesante, ofrece lo que se supone que debe dar de sí una reconstrucción. Su interior, lejos de recrear el aspecto medieval del pasado, acoge un museo no demasiado interesante donde se pueden ver fotografías de la fortaleza antes de su destrucción, así como algunas pinturas rescatadas del desastre. Igualmente, en una de sus plantas se ha instalado una curiosa reconstrucción de lo que podía ser la vida diaria en un pueblo de Japón. En cualquier caso, ya que la visita puede consumir una parte importante de nuestro tiempo, habría que insistir en que su atractivo reside sobre todo en su estructura exterior.

  De vuelta, atravesamos consecutivamente las dos zonas comerciales de la ciudad: la digámosle más elegante y distinguida, donde se encuentran los grandes almacenes y las firmas internacionales, y la más populosa y juvenil, situada en una amplia galería cubierta. Para nosotros, nada interesados en perder el tiempo en compras absurdas y en atiborrarnos de artículos y objetos inútiles que probablemente se pueden encontrar ya en cualquier lugar del planeta, el mayor pasatiempo reside en dejarnos llevar y en ver, en sentir, en observar la vida cotidiana de una tarde cualquiera en una ciudad japonesa de provincias. Con todo lo que eso conlleva.


Valle del Kiso

  Siempre me ha gustado adentrarme en las zonas rurales de los países que visito. En general, especialmente cuando uno viaja por su cuenta y riesgo, se suele hacer excesivo hincapié en recorrer las ciudades más importantes y se dejan de lado otros puntos menos conocidos aunque también de más difícil acceso, ya que carecen de la red de comunicaciones de una gran ciudad. Por eso, el sendero que serpentea entre las localidades de Magome y Tsumago, perfectamente señalizado, se había convertido para mí en una de las etapas más esperadas de este viaje. Y tengo que adelantar que no decepcionó lo más mínimo.



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© texto y fotografías 2009 Carlos Manzano

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Versión 19.0 - Septiembre 2009

El cronista de la Red número 19. Biografía, relato, fotografía, arte, dibujo, poesía, libros, traducción, nuevos creadores. Viaje, la historia, la arquitectura y la cultura