Nada duele tanto como la esperanza y se maldice por haberla concebido. Mide en el reloj la desértica extensión de horas que ha de atravesar hasta que pueda guarecerse entre las sólidas paredes de su refugio, donde es el monarca absoluto de un reino vacío. La imagen de ella lo persigue, su luz apaga todos los brillos y su recuerdo actúa en él como un encantamiento del que reniega sin poder conjurarlo. Le gustaría proferir un alarido agudo, ése que pugna por salir de los abismos de su alma, pero le da miedo estallar. Aún no ha conseguido encajar su recuerdo en el puzzle de la memoria. Un año ya y no sabe si le amó o le utilizó. Hay días en los que vuelve a ver el cuadro esperpéntico de un hombre enamorado que pagó con una depresión su cuota de sufrimiento. Lloró. Lloró mucho. Es sorprendente la cantidad de lágrimas que puede producir un ojo. Como quien auxilia a alguien que se ahoga, ella tuvo la opción de salvarle, pero le dejó perecer. Sólo puede recordarla, no quiere pero la recuerda, no sólo por el daño que le hizo sino por el placer que le ha proporcionado. Por aquellos días de sexo continuo celebraría haberla conocido el resto de su vida, por aquellos besos en los que ponía el alma en sus labios lamentaba haberla perdido. Ahora se siente bien con su recuerdo obsesivo, con su presencia invisible, vegeta habitando con desgana su vida de siempre, devastado por dentro y vacío, como si por su alma hubiera pasado un cataclismo. No hubo despedida, se limitó a llorar mientras se apartaba de ella, deseoso de inmolarse ante el dios del fracaso. La noche le guiña sus ojos, ahora rojos, ahora verdes, mientras conduce por la avenida, no quiere volver a esa torre de preguntas sin respuestas. Tal vez vaya a buscarla algún día. |
© texto 2009 María Dubón |
©2009 El Cronista de la red
Versión 18.0- Enero 2009
El cronista de la Red número 18. Critica de cine, Biografía, relato, fotografía, arte, dibujo, poesía, reseñas de libros, traducción, nuevos creadores. Viaje, la historia, la arquitectura y la cultura