Fue Antonina Rodrigo, esa delicada dama y combativa escritora a la que adoro, la que por vez primera me hizo ver hasta qué punto la forzosa componenda de la Transición (tuvo que ser así, lo sé; pero no por eso deja de ser una componenda) fue injusta con la historia y con la memoria de quienes la forjaron. La Transición hacia la democracia dio cabida a fuerzas políticas e ideológicas proscritas durante cuarenta años, y esa apertura no estuvo libre de miedos, reticencias, amenazas y hasta lejanos ecos de sables, de modo que podemos congratularnos de lo que esa crítica etapa hizo posible; pero dejó fuera, injusta y dolorosamente, a los anarquistas. Cargados con el estigma de "terroristas", identificados con esa imagen caricaturesca del militante con la bomba bajo el gabán o la pistola presta a descerrajarle dos tiros a cualquiera, hubo muchos, de un bando y de otro, que consideraron "demasiado" que se reivindicase su papel en la república, la guerra y el exilio. Antonina, que lleva décadas consagrada, en labor encomiable, a rescatar del olvido a grandes figuras femeninas de nuestro pasado reciente, y es ella misma anarquista -como lo fue su compañero, recientemente fallecido, Eduardo Pons Prades-, ha relatado, de viva voz y a través de sus libros, las historias personales de numerosos militantes libertarios que ofrecen, como botón de muestra, la realidad de un movimiento social, ideológico y político basado, como primer puntal, en una profunda fe en el género humano, en la bondad natural de las personas. Son testimonios, rigurosamente documentados y vividos, que todavía no han sido lo suficientemente difundidos, ni desde luego valorados en lo que suponen para entender la realidad española del siglo XX. Una realidad que, hoy, nos empeñamos tercamente en dejar en la cuneta, como un cadáver más. Fue el escritor Javier Barreiro quien me hizo conocer a Antonina; fue Antonina la que, entrelazándolo en sus historias, me habló de Francisco Carrasquer; y fue nuevamente a través de Barreiro como trabé; contacto directo con este hombre bueno y sabio que, a sus 93 años, es el decano de los escritores aragoneses. Francisco Carrasquer Launed, nacido en 1915 en Albalate de Cinca (Huesca), es, ante todo y sobre todo, un anarquista libertario. Profesionalmente ha sido y es muchas cosas: lo primero, escritor y poeta; pero también traductor, divulgador cultural, ensayista, profundo estudioso de la obra de Sender, profesor universitario, hombre de radio. Personalmente, el posicionamiento vital e ideológico que lo define es el de libertario. No suele hacerse referencia explícita a ello, sin embargo, a la hora de los homenajes, los premios y los discursos, que todo lo más aluden a "su lucha en defensa de las libertades". Pero es la coherencia en sus principios, que ha mantenido incólumes a lo largo de toda su vida, la que en el fondo ha posibilitado su vasta, ubérrima trayectoria: no sólo su producción ensayística y filosófico-política, sino también su poesía y hasta sus obras de corte académico, como las que ha dedicado a Sender, tienen punto de partida en su hondo compromiso libertario por la dignidad del hombre y la justicia. Javier Barreiro puso en mis manos hace años, cuando mi antigua editorial (Alcaraván Ediciones) se hallaba en plena actividad, el mecanoscrito de la obra Ascaso y Zaragoza. Dos pérdidas: la pérdida (Zaragoza, 2003), proponiéndome su publicación. Gracias a aquel texto tuve oportunidad de conocer a Carrasquer. Me recuerdo leyendo emocionada algunos de sus mejores pasajes en el largo trayecto en tren a Madrid (aún no teníamos el AVE), que aproveché para empaparme de la potencia narrativa y la envidiable vitalidad que posee este autor. El argumento del libro parte de un mero condicional: "Qué habría ocurrido si Ascaso no hubiera muerto poco después del alzamiento militar del 18 de julio del 36", para estructurar un relato híbrido de reflexión histórica, filosofía de vida, narración de experiencias personales durante la guerra civil, repaso a la situación del anarquismo español del siglo XX, sus logros y fracasos; en un vaivén que conduce al lector con naturalidad de un tema a otro sin perder jamás el hilo ni el interés. Por supuesto, publicamos aquel libro, aunque nuestras escasas posibilidades impidieron que alcanzara una presencia adecuada en el mercado editorial. Carrasquer cuidó con mimo aquella edición, que nos sirvió para trabar una buena amistad. Pocos años después volvimos a emprender otra publicación, esta vez la del poemario Pondera. ¡que algo queda! (Zaragoza, 2007), que en conjunto constituye un manifiesto de reconocimiento a una serie de figuras literarias históricas y actuales que le han influido como escritor e intelectual. |
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© texto 2009 Mari Sancho Menjón |
©2009 El Cronista de la red
Versión 18.0- Enero 2009
El cronista de la Red número 18. Critica de cine, Biografía, relato, fotografía, arte, dibujo, poesía, reseñas de libros, traducción, nuevos creadores. Viaje, la historia, la arquitectura y la cultura