La pared mÓNICA GUTIÉRREZ SANCHO iLUSTRACIONES: Antoni Tapies (*) |
14 de julio Al volver he sentido que había gente en casa. Un rato después cuando he subido a su estudio he visto que no era así. Sólo está él sentado en el suelo. Seguramente está trabajando en alguna idea de su proyecto y no he querido molestarle. He bajado las escaleras de madera sin tan apenas hacer ruido. Para qué mentir. No tengo ganas de hablar con él. Ni de que él tenga que hacerlo conmigo. Ya no me escucha y yo tampoco. Antes se lo decía de broma, cuando con todo el pelo alborotado se levantaba de su mesa y salía del estudio. Ahora ya no hay ni siquiera ironía en nuestra vida, mucho menos en nuestras conversaciones. 15 de julio Al levantarme me he dado cuenta de que no estaba en la cama. Ni siquiera ha venido a dormir. Su lado está intacto. Ni una sola arruga. Lo que me ha hecho recordar lo poco que me muevo mientras duermo. Sigue en su estudio. Subo antes de irme a trabajar. Está todo patas arriba. Ha arrancado el papel de una de las paredes y apoya la cara contra ella. Parece dormido. Le grito que qué demonios ha hecho. Se despierta sobresaltado y veo que lleva sobre la cara las marcas del horrible estucado que inicialmente cubría esa pared. Masculla algo así como que es por el nuevo proyecto y me da la espalda apoyando la otra mejilla en la pared quedándose en una especie de letargo desesperante. Ha pasado una semana. Ya ni siquiera me contesta. Ni siquiera sé si come lo que le subo. Cuando vuelvo por la noche todo es un caos. Aunque nuevo, diferente del anterior. Va arrancando las capas de esa maldita pared como el que pela una cebolla. Ya ha quitado el estucado, luego dos capas más. Hay restos de diversas vidas y épocas sobre el suelo. Luego por la noche de madrugada no sé en qué momento lo recoge y al día siguiente vuelta a empezar. - Acabaras sin pared maldito loco. Le grité un día. Y no sé por qué eso pareció calmarle. No volvió a arrancarle nada más. Le dejó las pocas entrañas que aún le quedaban tranquilas. No responde a mi cariño, ni a mis gritos de madre en apuros, ni a mis suplicas de esposa desconsolada. He probado con todas las clases de plañideras de pago y auténticas que existen y no hay nada que hacer. Y siempre esa horrible sensación de que alguien se ríe de mí a mis espaldas. De que alguien observa como nos alejamos tanto que ya ni siquiera podemos escucharnos. Ni aunque queramos. Y creo que ya nadie quiere. 29 de julio - Ya no sé qué puedo hacer. Antes aún me contestaba, aunque fueran meros monosílabos, ahora ya ni eso, doctor. Pasa las horas y los días enteros ahí, tal y como lo ve, sentado, sin hablar. - Bueno, vamos a ver, usted trabaja. - Sí, claro. - Él no. - No exactamente. Es arquitecto y que yo sepa estaba estudiando un proyecto muy importante. - Ya... y no lo ha conseguido. - Pues es que no lo sé. Yo suponía que sí, que por eso estaba todo el día encerrado arriba en su estudio. Pero ahora me hace usted dudar. Tampoco hemos hablado del tema. ¿Pero es que no lo ha visto? No se levanta del suelo siempre con las narices pegadas a la pared. - Podría perfectamente tratarse de un caso de depresión. Usted trae el dinero a casa y él un fracasado. Puede arrastrar este problema desde hace tiempo y es ahora cuando ha explotado. - No me cuadra. Él no es así. Demasiado orgulloso para sentirse inferior a mí. - Esa actitud no es la correcta. - Lo siento, pero verlo ahí como un... - Sí, está claro que necesita ayuda. -- Sí, está claro. Y que yo no puedo más. Ha dejado de darme pena. Ha dejado de darme todo. * (Con la autorización de la Fundación Antoni Tapies): "Materie en forme de peu" y "Gran diptic dels mitjons". |
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© texto 2008 Mónica Gutiérrez Sancho |
© 2008 El Cronista de la red
Versión 17.0- Junio 2008