Dante y el rey Manfredo- 3 |
Constanza fue el nombre tanto de la abuela como de la hija del rey siciliano. Esta última estuvo casada con el rey Pedro III de Aragón y fue precisamente esta boda le que permitió al monarca aragonés intervenir en los asuntos de Sicilia cuando las famosas "Vísperas sicilianas", iniciándose de este modo la expansión de la Corona por el Mediterráneo. En el momento en que Manfredo se dirige a Dante, dos hijos de Constanza y Pedro III, Alfonso III y Fadrique I, eran reyes respectivos de Aragón y de Sicilia. Pero dejando al personaje histórico y volviendo al literario, por un lado indicar que la sonrisa del rey parece obedecer al hecho de que en el Antepurgatorio las almas se encuentran ya muy por encima de los asuntos terrenales (no se siente ofendido porque lo desconozca Dante), aunque por otro, es de destacar el cariño que el difunto siente por su "bella" hija y el interés que a lo largo del episodio muestra todavía por las cosas de este mundo y, en particular, porque se le haga justicia en él. Esta imposibilidad de una ruptura total con su anterior existencia es lo que confiere al personaje una enrome verdad y provoca nuestra simpatía. III Poscia ch'io ebbi rotta la persona di due punte mortali, io mi rendei, piangendo, a quei che volontier perdona. 120 Orribil furon li peccati miei; ma la bontá infinita ha sí gran braccia, che prende ció che si rivolge a lei. 123 Después de que yo tuve destrozado el cuerpo / por dos golpes mortales, me volví / llorando, a aquel que de buen grado perdona. / Horribles fueron los pecados míos, / mas la bondad infinita tiene tan gran brazo / que acoge a quien a él se vuelve. Coronación del rey Manfredo En estos dos tercetos el rey nos cuenta, tras confesar una vida de horribles pecados, que mediante su arrepentimiento en el último instante se ganó el perdón divino en el transcurso de la batalla de Benevento. Dante dedujo este extremo, que tan bien convenía a sus intereses, de algunos escritos del monarca. Los dos golpes mortales del v. 119 son las heridas apuntadas en el primer fragmento. Desde un punto de vista estilístico señalar el énfasis que recae sobre el participio "piangendo" (el símbolo externo del arrepentimiento), colocado al principio del verso y entre dos pausas. Por otra parte el propio horror de los pecados cometidos sirve para potenciar más si cabe la gratuidad y magnitud de la misericordia divina, siempre dispuesta al olvido. No obstante algunos pasajes de tinte sombrío equiparables a los del Infierno, en el Purgatorio se respira ya un aire cierto de optimismo. IV >Se 'l pastor di Cosenza, che a la caccia di me fu messo per Clemente allora, avesse in Dio ben letta questa faccia, 126 l'ossa del corpo mio sarieno ancora in co del ponte presso a Benevento, sotto la guardia de la grave mora. 129 Or le bagna la pioggia e move il vento di fuor dal regno, quasi lungo 'l Verde, dov' e' le trasmutó a lume spento. 132 Si el pastor de Cosenza, que a la caza / de mí fue enviado por Clemente entonces / hubiese en Dios bien leído este aspecto (la misericordia), los huesos de mi cuerpo estarían aún al pie del puente junto a Benevento, custodiados por pesado túmulo. Ahora los baña la lluvia y mueve el viento, fuera del reino, casi junto al (río) Verde, donde él los trasladó con luz apagada. Este es sin duda el pasaje más interesante de esta pequeña narración por su intenso dramatismo. Los hechos que subyacen son los siguientes: tras la batalla de Benevento Carlos de Anjou, el rey victorioso, tuvo a bien enterrar a nuestro protagonista, que había demostrado gran valor, en uno de los extremos de un puente cercano bajo un túmulo ("la grave mora"), ya que no podía serlo en sagrado, debido a morir excomulgado. Pero la inquina que el rey Manfredo despertaba en la Iglesia era tal, que el papa del momento, Clemente IV, envió al obispo de Cosenza, Bartolomeo Pignatelli (un apellido de gran renombre en estas tierras), a exhumar el cadáver y transportarlo fuera del reino de Nápoles, que se tenía por territorio de la Iglesia y por lo tanto todo él también "sagrado". Dante observa en el comportamiento de la autoridad eclesiástica una gran crueldad. El buen obispo se dirige "a la caza" de un cadáver, incapaz de entender la voluntad divina, aun siendo o pretendiendo al menos ser (nótese la terrible ironía), el intermediario de aquella en la tierra. Singular también resulta la piedad que el rey siente por el triste destino de su cuerpo, motivo pagano donde los haya. A este propósito, remito al lector interesado a mi artículo "La muerte de Héctor" (que aparece en un número anterior de El Cronista de la Red), que examina este motivo en el libro XXII de la Ilíada. Pero en el hermoso verso de Dante "Or le bagna la pioggia e move il vento", resuena asimismo uno muy celebrado de la Eneida virgiliana: |
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© texto 2008 Rafael Lobarte |
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Versión 17.0- Junio 2008