España es una novella. He leído ya, desde que se publicó en la editorial DVD de Sergio Gaspar -editor y personaje de España- un buen montón de reseñas y críticas sobre este libro de Manuel Vilas, muchas de las cuales él mismo ha pinchado en el tablón de su blog-village, en el que habla de literatura y demás cosas. Así que, por mi parte, he estado a punto de no hacer este intento. Pero, puesto que yo no sé escribir crítica ni reseñas ni componer discursos de teoría literaria, y ya que duermo todos los días la siesta con España, no puedo sino emplearme como sepa y como "fan" en recomendar su lectura. De España se ha dicho que es posmoderna. Y es verdad. Que es ejemplo paradigmático del discurso fragmentario paradójico. Renovadora. Transversal. Políticamente irreverente. Arriesgada. Orgiástica. Dinamitadora de toda identidad colectiva e individual. Que muta, como los insectos de estirpe kafkiana -aunque Vilas prefiera El Proceso a La Metamorfosis-. Y todo ello es cierto y es verdad. La España de Vilas comienza con un Gran Oidor, el gran perseguidor que anula identidades a base de registros sónicos imperecederos: la eternidad hecha verbo, la pesadilla de la perduración por la repetición, la muerte de la libertad, un gran Memex omnipresente y omnisciente que imposibilita la mentira en la que la pobre libertad del individuo se ha pertrechado siempre. El Noevi de Vilas es esa ciudad-babel en la que todo siempre es presente, en la que afloran todas las verdades. Al no haber posibilidad de mentira no hay deformación. España se eleva sobre la estirpe del esperpento, pero en su desmoronamiento transmutador todo es cierto y nada concluye. Sólo así consigue aún paradójicamente sobrevivir hoy el individuo, aquella construcción inventada por los ilustrados del XVIII y de la que estamos a punto de renegar. Pero no hay esperpento, porque no hay punto de comparación. No hay conclusión. En el siglo 4.000 sólo al retorno del caos primordial podremos aspirar; sólo al fin wagneriano repetido sin tregua. A pesar de todo, el magma moral retorna como la radiación de fondo. Toda trasmutación no deja de ser sino reflejo de ese magma. Feo asunto. España rebosa vida y humor, y sin embargo no deja nunca de hablar del mal y de la muerte. En el tránsito facetado que es el presente de España entre el Noevi y la desaparición de toda referencia, hay un héroe propiciador y propiciatorio que se resiste no obstante a la desaparición, como todo hijo de vecino. Vilas-brujo (o Morpheus en sucesión constante) muta al fin y al cabo para no dejar de ser. Para ocupar el lugar de todos y cada uno de los personajes de la galería de la verdad que activan los resortes de su España: la esposa enecientas veces infiel y feliz en su muerte satisfecha, el asesinado Miguel Angel Blanco, la torturada Marisol, el fallecido Nino Bravo, Fidel Castro (que es gallego y dinosaurio), los motoristas hispanos, el cosmonauta John, el recuerdo del padre, y todos y cada uno de los Vilas que son hasta llegar al mismisimo Ur, señor del principio y del fin, y postreramente al crucificado: que hace y dice lo que diría y haría hoy un crucificado: rebelarse hasta el final, defenderse a bocados, pues que de ninguna otra manera le permiten. El lenguaje ha iniciado por fin en esta hora postcubista de noticias y nuevas permanentes (novella) un camino de no retorno. Y Vilas, el Gran Preguntador, que escribe frente a una ventana que abre todas las tardes sobre el Ebro, lo sabe. Sabe que todo consiste en una nueva manera de estar. Luisa M. |
©2008 El Cronista de la red
Versión 17.0- Junio 2008
El cronista de la Red número 17.
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traducción, nuevos creadores. Vivencias de Viajes, aproximación a la historia, la arquitectura y la cultura