Fernando Ainsa. Utopia 2

Lo maravilloso utopico

Alegato a favor de lo "maravilloso" utópico - 2-

    En efecto, si la utopía es "el resultado de la apuesta ejercida sobre la base de los términos que ofrece la topía", el diálogo resultante, hecho de tensión y confrontación, resulta fundamental para entender la relación del hombre con su historia. El discurso utópico está hecho de planteos que han intentado superar la realidad de lo ya devenido, esa multiplicidad de episodios accidentados que configuran la "gran enciclopedia de la esperanza" y que otros han llamado "cementerio de ideologías". Discurso de contrastes, de oposiciones y antinomias no resueltas, pero cuya polivalencia semántica no puede interpretarse de una forma reductora o unilateral.

    Estas tensiones explican la distancia que ha existido entre la teoría y la práctica, entre el discurso programático con fuerte componente desiderativo y el análisis objetivo de sus resultados, esa "confusión de deseos con realidades" que pauta la confrontación cotidiana entre la desmesura de esperanzas formuladas con entusiasmo y el triste desmentido de los hechos. Estos sucesivos impulsos utópicos han marcado, muchas veces dramáticamente, el proceso histórico donde sueños y esperanzas individuales se prolongan en realidades colectivas. Ello explica episodios significativos de la historia, pero también la crónica "silenciada" de la disidencia y del pensamiento heterodoxo, los sueños y los proyectos sobre "lo posible lateral", todo lo que podríamos llamar "potencial implícito". La constante tensión entre realidad e idealidad, pauta asimismo las experiencias de la llamada "utopía vivida", las experiencias utópicas prácticas que jalonan esa misma historia.


lo maravilloso utopico

La isla de la Utopía (Ambrosius Holbein - 1518)


    Este rico panorama permite entender el vigor que ha tenido la función utópica en los diferentes modos de expresión en que se ha traducido: desde la filosofía a las artes plásticas y la literatura. Más allá de la coyuntura del post-modernismo en que muchos se han embarcado o del complaciente "pensamiento único" al que tiende el conformismo del post-1989, el homo utopicus que no abdica ante el homo economicus, sigue reivindicando la libre dimensión imaginativa de "querer lo imposible". Porque la historia, aunque lo hayan pretendido algunos, felizmente no ha terminado. Y si no ha terminado en buena parte es gracias a la literatura.


    Imagen literaria y posibilidad utópica

    "¿No estáis de acuerdo en que el mejor de los hombres es el hombre que expresa en la realidad despierta el carácter del hombre en sus sueños?", se preguntaba Sócrates en la Grecia clásica. La objetivación de los sueños está en el origen de lo utópico, mito especulativo del hombre despierto que es básicamente imaginativo y, por lo tanto, ficticio, es decir, literario.

     Esta dimensión de lo utópico se da no sólo porque utopía y literatura comparten los territorios tangenciales de la escritura y los de un género -el género utópico- cuyas definiciones restrictivas no pueden evitar que las "pulsiones utópicas" puedan reconocerse en textos de intención "pedagógica" o de vocación "programática", sino porque la literatura -poesía y ficción- abren las compuertas de la creación a la dimensión de lo "maravilloso utópico".

    Los primeros -los textos literarios pedagógicos- al modo del Emilio de Jean Jacques Rousseau, Leonardo y Gertrudis de Pestalozzi, algunas obras del español Melchor de Jovellanos, se reflejan en América Latina en Peregrinación de Luz del Día de Juan Bautista Alberdi, en Capítulos que se le olvidaron a Cervantes de Juan Montalvo, en Horas de lucha y Páginas Libres de Manuel González Prada y en El evangelio americano de Francisco de Bilbao, línea del pensamiento utópico de vocación ensayística que culmina en las obras Ultima Thule de Alfonso Reyes y en el breve ensayo emblemático La utopía de América de Pedro Henríquez Ureña. Si el objetivo de una América unida y única es constante del ensayo filosófico y político, la narrativa y la poesía no dejan también de reflejarla. Basta pensar en el Canto General de Pablo Neruda o en muchos de los poemas de José Martí, Rubén Darío o César Vallejo.

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© texto 2008 Fernando Aínsa

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Versión 16.0- Enero 2007