Los días sicilianos - 2 - |
De todas formas, creo que no supe ver bien Palermo. Entendí más cosas luego, cuando ya no podía mirar. Y por Siracusa pasé muy deprisa. Este viaje a la Magna Grecia va a requerir de más aterrizajes. A Siracusa, claro, le envidié el mar yo, que vivo todo el año en la otra Zaragoza, la aragonesa. Y todos esos vestigios del pasado conservando todavía su propio espacio, y no como en mi ciudad, derruidos muchos sin piedad y otros disimulados en la amalgama del paso del tiempo. Siracusa es el epicentro de la Magna Grecia. Hasta la catedral sigue siendo todavía un templo griego literalmente. Nada ni nadie ha podido borrar el eco heleno de los nombres que aquí perviven: Dionisio, Geón, Hierón, Apolócrates, Agatocles, Aretusa Di un paseo por la isla Ortigia, al mediodia, hasta la fuente de Aretusa, la náyade a la que persiguió Alfeo sin denuedo, empeñado en contradecir al nativo siracusano, Arquímedes, primero, al parecer, que fue en enunciar que la línea recta es la distancia más corta entre dos puntos. "Dadme un punto de apoyo y os levantaré el mundo", enunció Arquímedes, unos días después. ¿Para qué más? Así era la Magna Grecia, clara como el sol el día que estuvimos en Siracusa. Arquímedes murió en el sitio romano que acabó con el seny griego, pero no con la ciudad. Después de las calles luminosas de Ortigia, fortificada firmemente contra la piratería por Carlos V, comimos en un bello lugar con un fondo de mar sin límite, como a mi me gusta. A Sicilia le ocurre un poco como a España: hija de cien mil leches: griegos, cartagineses, romanos, musulmanes, normandos, franceses, aragoneses, españoles todos han hollado su estratégico suelo. Quizás de aquí provenga ese fatalismo tan literario que parece apoderarse de todas las visiones sobre la isla, incluida la más famosa, la de Lampedusa en El gatopardo: "Algo debe cambiar para que todo siga igual". Con tanta gente por allí constantemente, no es raro que Sciascia estuviera convencido de que "Sicilia es el mundo". ¿Para qué más? Pero sin embargo, Sicilia ha sido madrastra para muchos de sus hijos, abocados a la emigración, como si el irascible padre Etna no quisiera guardarlos a todos. Yo también sentí el desamparo del Etna. El día que ascendimos a su cumbre se me rompía la garganta, como si me hubiera tragado un quintal de ceniza ardiente; tenía fiebre y la cabeza no me daba para mucho. Lamenté la tranquilidad del volcán. Quizás hubiera preferido no alcanzar la cima, y haberlo visto en plena actividad, como había estado unos días antes. Así no me hubiera sentido tan abandonada. Pensé en Empédocles, irreductible. Pero lo hice con la visión de Hörderlin y deduje que si me sentía tan lejana de todo allí, en el Etna, debía ser porque ya no tenía amor por las cosas, conversa a la secta de Empédocles como me había hecho en un tris tras, mientras subíamos en aquellos cuatro por cuatro colectivos para turistas, que son como gigantescos y prehistóricos crustáceos. Me preocupé aún más. ¿Cómo había llegado a aquel estado de desolación?. Hasta que recordé que a Goethe le gustó mucho Sicilia y me senté sobre la lava, al borde de un cráter humeante, mirando hacia el centro de la tierra. Todos paseaban ansiosos alrededor, a miles de clicks fotográficos de distancia. Cuando escuché desde el fondo del infierno la voz de Empédocles, le mandé a paseo y me quedé en paz. Durante el descenso pude admirar la vista de Calabria al otro lado del estrecho y me sentí nueve veces reconstruida, como la ciudad de Catania, tras la furia del Etna. Tantas veces como los círculos del Dante. La última tras la tremenda erupción volcánica de 1669 y el terremoto de 1693, que fulminó a dos terceras partes de la población. La ciudad se empeña en conservar su pulcro barroco de tiralíneas, surgido, tras la catástrofe, a lo largo de treinta años de la mano del arquitecto Vaccarini.. Su armonía estética, reconocida como Patrimonio de la Humanidad en 2002, parece hoy en día rota y puesta en entredicho por la ola encrespada de la inmigración, que callejea desaborlada entre los turistas: Catania, puerto de Europa. Catania es el presentimiento del fin de este imperio que nos fagocita. El Etna omnipresente. |
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© texto y fotografías 2008 Luisa Miñana |
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Versión 16.0- Enero 2008