![]() El vestido azul -2 |
Elena paseaba todas las tardes desde del taller donde trabajaba como modista hasta los escaparates de El Tafetán, la tienda de modas más importante de la ciudad, situada en el cogollo comercial del casco histórico, que marcó las tendencias de las clases acomodadas desde el atrezzo de sus escaparates que cambiaba con cada nueva temporada. Se especializó en la venta de las grandes firmas y, en contra de todos los pronósticos que le auguraban un estrepitoso fracaso, triunfó en una capital de provincia vendiendo exclusividad a precios prohibitivos. El viaje comenzaba en la realidad cotidiana del barrio y terminaba frente a la ensoñación de los vestidos allí expuestos, objetos de deseo que Elena observaba con detenimiento, disfrutaba de los más ínfimos detalles y se quedaba extasiada por la exquisita combinación de tejidos y colores. Frente a aquellas joyas, la relación entre tiempo y espacio se deformaba hasta que la ruptura de las leyes físicas marcaban el inicio de un itinerario diseñado por la imaginación: Cóctel en el salón Royal del Hotel Corona de Aragón acompañada por un modelo italiano, cena en los jardines del consulado de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas junto al esmoquin de un espía británico y la excitante conversación nocturna de un amante francés bajo los plataneros del Jardín de Invierno. Todas sus fantasías tenían una cosa en común, siempre iba vestida con uno de los modelos de El Tafetán. Por eso decidió auto regalarse una hucha a la que bautizó como "La de los veinte duros", por cumplir, el sueño de lucir uno de aquellos modelos. La idea era sencilla y Elena cumplió a raja tabla: Introdujo en el cerdito todas las monedas de cien pesetas que pasaron por sus manos hasta que ya no cupieron más. El cochinillo tuvo su San Martín durante el primer día de las rebajas de Don Julio. La primera y única vez que Elena pisó las baldosas de El Tafetán lo hizo con la reverencia de los creyentes. "Puedo ayudarle en algo" El trato del usted la dejó muda. El dependiente esperó una respuesta, lo hizo con una sonrisa mientras movía los brazos en un suave vaivén que la invitaba a caminar. Los dos avanzaron en silencio hasta llegar junto a uno de los mostradores. "Si las señorita me dice que busca, tal vez podría ayudarle" Elena quiso contestar pero no pudo hacerlo. La mandíbula inferior se negaba a moverse y el silencio empezó a ser incómodo para ambos. "Si tuviera la amabilidad de indicarme alguna prenda o complemento, quizás podría hacerme una idea de lo que quiere " El dependiente mantenía el tono amable y la sonrisa franca, era muy difícil valorar cuanto había de representación, o de pose en su actitud aunque todos sus gestos y ademanes parecían naturales. " ¿Podría probarme el vestido azul con flores estampadas al estilo Van Gogh que tienen en el escaparate?" acertó a decir. El vestido le quedaba tal y como lo había soñado y aún quedaron monedas para completar el conjunto con un bolso, un par de zapatos y un collar de bisutería. Fue una compra excelente. Elena estaba tan contenta que no pudo esperar y caminó hasta el edificio de oficinas donde trabajaba su novio. Vicente la recibió en el cuartito dónde la chica de los recados preparaba los cafés, no le gustaba tratar asuntos personales en el despacho que compartía con otros cuatro escribientes, ni que su novia se presentase de improviso cargada de bolsas y una sonrisa en los labios. La luz mortecina del cuchitril no hizo justicia al vestido azul que, rescatado de la bolsa y expuesto a los ojos inyectados de Vicente, se sintió ajado " ¿Con esa facha de fulana te vas a presentar delante de mi madre?" El grito se escuchó en todos los rincones del inmueble. Elena no estreno aquella noche el producto de su esfuerzo ahorrador, se conformó con un discreto traje de chaqueta en tonos grises que levantó comentarios entusiastas sobre su elegancia y distinción entre la familia del novio. Vicente anunció el compromiso de boda entre los postres y el café. El vestido azul acompañó a Elena desde su soltería "hasta que la muerte nos separe", su sino se limitó a ir y venir del trastero al dormitorio primavera tras primavera, siempre prendido de la percha, deseado por ella y odiado por él y, aunque jamás se lo había puesto en público, conservaba intacto el recuerdo de su figura reflejada en los espejos de El Tafetán. Una imagen que al principio miraba con nostalgia y que pronto fue el asidero al que se agarraba cada primavera, cuando Vicente fingía no encontrar alguna de sus corbatas y rebuscaba por el armario del dormitorio, lo revolvía todo y dejaba para el final el gran descubrimiento: El vestido azul con flores estampadas colgado en la última percha. La revelación de la gran felonía derivaba en la representación más cutre y chabacana del deshonor, gritos en las cuerdas vocales, aspavientos musculares y golpes con los puños cerrados, ciegos y obtusos. El silencio sólo volvía al hogar cuando el vestido azul regresaba al exilio del trastero. ![]() |
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© texto 2008 Javier López Clemente © ilustración 2008 Rabodiga |
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Versión 16.0- Enero 2008