Ostraka - 2 Neruda Traigo al destierro el fuego de la mina, arde en mis ojos el dolor del pobre. Tanta brasa en mi espalda se concita que sabe a lava líquida mi verso y al furor de la llama mi nostalgia. Tu ausencia, tierra mía, me retuerce, tu lamento distante me consume. Rugen en mí los volcanes de mi tierra como el hierro candente en una herida. Trazado desde siempre mi destino en la honda raíz clavada en tierra, cuando de ti, mi patria, me arrancaron en dos hendieron mi agitada vida: un deseo hundido en lo profundo y en el aire una brisa de esperanza. Trato de resurgir de mi cansancio como lo hace del fuego el ave Fénix sacando vida de la muerte y sus cenizas, surcando el aire con las alas de un poema. Este opaco espesor, esta distancia tendidos ante mí y aislando las raíces de mi tierra apenas paran mi latido. Sólo son una fuerza que distiende la cuerda de mi arco, el impulso clavado en mis entrañas que dirige la flecha de mis versos. Detén el vuelo de mi alado corazón como una flor de paz sobre la espuma. Para, inmisericorde luz, tu fuego, el rescoldo de tierra que me anida. Sólo fue mi pecado la mirada, el rostro abierto del dolor del pobre. Desterrarán mi rostro y mi mirada, mas quedará en el aire, como una flor de espada, la rosa de mi verso. Pude mirar la gran llanura, la vasta cordillera de los Andes, el dedo de los hielos en la tierra, el hilo de agua perforando rocas. Pude mirar la paz sin estridencias de un mundo exacto, en orden con sitios asignados de antemano, pero acaso el destino enfebrecido hizo presa en mis ojos y ha plantado esta flor de destierro y agonía que acabará barriéndome. Volveré de esta lejanía cargado de razón y de agudas palabras como versos. No me habrá de vencer otra razón sino un puñal de odio contra el lánguido escudo del poema y la aguda razón de mis palabras. © 2007 Fotografía Jesús Chueca |
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Versión 15.0- Septiembre 2007