José Luis Borau

JOSÉ LUIS BORAU, un hombre de cine -3


     Félix Borau es un conocido simpatizante de la República dentro de los círculos en los que se movía antes de la guerra. Eso induce a pensar que puede tener problemas con los sublevados, una denuncia, un comentario, un desliz, tantas y tantas cosas que enviaban por entonces a muchos inocentes a las tapias de Torrero, cuyos balazos debieron ser tapados con refuerzos de madera porque cada disparo amenazaba con hacer caer el muro repleto de agujeros de bala. Antonia, la madre de José Luis, por el contrario, es dama conocida por su ideario conservador y su religiosidad. Eso puede hacer pasar las represalias de largo, pero para asegurarse, Antonia decide entregar un pesado reloj de oro como donativo para la causa "nacional" y así lograr que la familia sea vista con buenos ojos por los subversivos. Con todo, Félix mantendrá su postura antifranquista, y durante la Segunda Guerra Mundial, a pesar de vivir tan cerca del Gobierno Militar y del cuartel de la Falange, llegará a desempeñar pequeñas labores logísticas para la difusión de propaganda aliada. Pero en aquel tiempo, y por si acaso, es mejor no dejarse ver demasiado, y los Borau incluso aceptan que familiares de fuera de la ciudad que huyen de los combates y del pillaje y el saqueo que se produce en los pueblos del frente de Aragón, se refugien en su hogar zaragozano. El propio José Luis Borau recuerda a su tía Alejandra y sus primas Gloria y Petra, que viajaban desde Monegrillo a Zaragoza para quedarse en su casa. Por desgracia, una bala "perdida" termina con la vida de su tía en un control de carretera cerca ya de la ciudad, así que acogen a sus primas, unas jóvenes mucho más mayores que José Luis, y que, sin embargo, se convierten en las únicas compañeras de juegos y canciones de un niño nervioso, travieso y rebelde para con los mayores (es capaz de esconderse durante horas o de llevar la contraria a sus padres a grito pelado) que no tenía amigos, que nunca recibía visitas de compañeros del colegio, ni salía en grupo al río, al campo, o a holgazanear por las calles. La memoria cinematográfica de Borau recuperará años más tarde esas mismas escenas en películas del neorrealismo italiano (los bombardeos, los ruidos, la oscuridad, los refugios de los sótanos, amueblados con mesas, sillas, camas, cortinas y otros muebles como si de pequeñas viviendas provisionales se tratara), el cual, además de retratar con gran proximidad sus propios recuerdos de guerra, contribuyó a elaborar su propio estilo cinematográfico años más tarde: "la película ideal es aquella en la cual la cámara, que es una convención como la cuarta pared del teatro, no se nota. Y eso lo tenían muy claro Fritz Lang -hacia su cine siento una especie de enamoramiento-, John Ford o el propio Rosellini, que me deslumbró: yo soy una consecuencia del neorrealismo" (Vidas de cine, Antón Castro).


José Luis Borau

     Pero entonces la dedicación al cine aún queda muy lejos. Superado el enfrentamiento bélico, Borau vive su solitaria juventud y adolescencia en la posguerra zaragozana enfrascado en sus estudios de bachillerato que le permitirán más adelante acceder a la Facultad de Derecho, pero sobre todo, volcado en sus aficiones literarias y cinematográficas.


José Luis Borau

      Alterna lecturas prohibidas por la censura de la época con los grandes clásicos españoles, a Hemingway (al que llega a conocer personalmente en las Fiestas del Pilar de 1956 y con el que vuelve a encontrarse tiempo después en Pamplona), Faulkner o Dos Passos, con Quevedo o Cervantes, y guarda una muy especial predilección por Baroja y por Miguel Delibes, al mismo tiempo que se deja caer cada vez más a menudo por el cine "Actualidades", el "Monumental", el "Frontón" o por el "Teatro Circo", siguiendo un instinto que empieza a superar las fronteras de la afición y poco a poco se convierte en pasión, el cine. Sus padres son más aficionados al teatro, pero él pasa horas frente a la pantalla viendo las evoluciones de El Gordo y El Flaco, boquiabierto ante la honda impresión que le proporciona Nobleza baturra, o inquieto ante las peripecias de Tarzán, gusto este último que comparte con su padre. Su atracción por el cine empieza a ser tan obsesiva que cuando aún cuenta solamente con doce años de edad no se corta en decir a sus compañeros de colegio de Agustinos que de mayor quiere dirigir películas. Pero lo que Borau recuerda con más cariño y el dato más revelador de la cierta ingenuidad con la que el joven José Luis se acercaba lentamente a la que iba a ser su profesión es su admiración por la actriz, hoy prácticamente olvidada, Diana Durbin, a la cual escribe a los estudios Universal, en Hollywood, California, de donde recibe dos fotografías dedicadas que inocentemente cree firmadas de puño y letra por su adorada diva y enviadas en exclusiva para él.


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© texto 2007 Alfredo Moreno
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Versión 15.0- Septiembre 2007