Palabras nuestras

Por Marisa Lamarca

palabras nuestras Cronista

Por Marisa lamarca

     Desde que abrimos esta sección en el número anterior de la Revista, no he dejado de prestar atención al léxico aragonés que los castellano-parlantes de esta comunidad venimos usando cotidianamente. Lo hacemos con frecuencia y, lo usamos, generalmente, en el habla coloquial o familiar. En todos los casos, el Diccionario de la Real Academia Española recoge las voces como propias de Aragón, así:

     arguellarse.

        (De arguello)

     1. prnl. Ar. Desmedrarse por falta de salud o mala alimentación.

     Pero me parecía muy aburrido ir repitiendo una a una las palabras y contextos en que las había oído, anotado y buscado, así que, pensando en una historia que contar que las ilustrase, se me ocurrió, en el colmo de la originalidad, que podría recrear algún cuento aragonés. Nada, está todo hecho. Un ejemplo: El Bandido Cucaracha. Pues bien, La Orquestina del Fabirol tiene compuesta, en perfecta, correcta y completa lengua aragonesa, una canción narrando las aventuras del delincuente monegrino.

     Buscando ideas en Internet, di con el portal de la Academia de l'Aragonés www.academiadelaragones.org Me metí sin pensarlo. Así me he podido enterar de que el 15 de julio de 2006, en el II Congreso de l'Aragonés se creó la Academia, con la aprobación de los estatutos y la elección de los primeros miembros numerarios. Se constituyó como asociación el 9 de septiembre de 2006. con el nombre de "Estudio de Filología Aragonesa", haciendo constar en sus Estatutos que "…es una entidad científica que tiene como objetivo el estudio, la ilustración y la promoción de la lengua aragonesa" y que "El ámbito territorial en el que realiza principalmente sus actividades es la Comunidad de Aragón".

     La creación de una Academia que sirva de referencia a la lengua aragonesa y a sus variedades lingüísticas, no es algo nuevo. Ya Juan Moneva y Domingo Miral lo intentaron a principios del siglo XX.

     No obstante, el Gobierno de Aragón informó en su día de la imposibilidad legal de utilizar el nombre de Academia, de ahí que la propia entidad explique que "ACADEMIA DE L'ARAGONÉS ® ye una marca rechistrata de l'asoziazión ESTUDIO DE FILOLOGÍA ARAGONESA".

     Navegando por la página, me encuentro con que en la Biblioteca de recursos en línea han colgado un "Glosario de las voces provinciales y anticuadas de que se hace uso en las Ordinaciones" incluido en los "Estatutos y Ordinaciones de los Montes y Huertas de la ciudad de Zaragoza", en la edición de 1861. Este vocabulario, por mucho que en el título se defina como "voces anticuadas", debo decir que aún ahora vengo constatando que están vigentes en el habla común. Es más, muchas la RAE las mantiene vivas como propias de Aragón. Ha sido una sorpresa, allí me he encontrado con los términos más oídos en mi infancia.

     Mi padre era agricultor, nacido en la ciudad de Zaragoza, como sus padres y todos sus antepasados conocidos. Se habían dedicado de siempre a la agricultura y los campos que yo conocí estaban situados en los términos de La Almozara y Miralbueno. Aún guardo los recibos del Sindicato de Riegos de la Almozara del pago de la alfarda, prestación que se paga por el agua de riego. Y eso me hace pensar en las veces que venía el alguacil a decirle que le echaban el agua y debía ir a regar, entonces cogía la jada y la bicicleta y se iba. Si le tocaba de noche y en la acequia mayor, mi madre se la pasaba en vela en la ventana.

     Mi casa tenía dos pisos. La planta de abajo estaba reservada para las cuadras de los animales, los almacenes del grano, del forraje y de los útiles agrícolas, y todo ello en torno a un patio o corral enorme que daba cabida al carro que mi padre utilizaba para ir al campo. Teníamos vacas frisonas blancas y negras y una con manchas rojas, a la que mi padre llamaba la roya y que según él le daba más mal que todos los demás bichos. Éstas nos proporcionaban la leche para el consumo propio y para la venta. Sentía adoración por sus animales, sobre todo por su yegua y por su perra y todos ellos le correspondían de igual modo. Cuando venía del campo, ya de lejos sabíamos que estaba cerca, y es que todos a la vez se ponían a gritar, organizando una gran algarabía, mi madre decía entonces: -Pon la mesa que viene tu padre-

     Toda la vida lo he visto trabajar con rasmia, lo mismo cuando descargaba el alfalce, cargaba el fiemo para llevarlo a los campos y que sirviera de abono o como cuando deshojaba las pinochas, las unía a otras y en fajos las colgaba en las paredes del patio interior de casa para que se secaran. Todo esto lo hacía en verano y todos los días daba de comer a los animales y limpiaba las cuadras. Yo lo veía todo desde la terraza del primer piso, sentada en el suelo y sacando las piernas por los barrotes de la galería.

     Al atardecer, después de la faena, se lavaba bien y se hacía la merienda: un plato de su tomate, con olivas negras, una sardina "guardia civil", aceite de oliva y sal y un vaso de vino con sifón. Yo, después de comerme mi bocadillo, me ponía a su lado y le pordioseaba hasta que me iba dando como a la cardelina pedacicos de pan y de todo lo que se iba comiendo. Luego se bajaba a la calle a leer el periódico y los tebeos "Hazañas Bélicas" o "Roberto Alcázar y Pedrín" si habían salido. Los chavales esperaban pacientemente que los leyera y luego se los iban pasando de unos a otros.

     Siempre se llevó bien con la chiquillería del vecindario. Quería especialmente a dos muchachos, vecinos nuestros, que por dificultades en su casa, prácticamente se habían criado en la mía. Cuando tuvo el accidente, del que salió vivo de milagro, aunque se rompió dos vértebras dorsales, estuvo cuatro meses ingresado y escayolado y en rehabilitación año y medio, ellos eran ya unos mocetes que trabajaban en fábricas y no hizo falta que nadie entrara en mi casa para solucionar el problema, cuando salían del tajo se venían y hacían las faenas de mi padre, sábados y domingos incluidos. Cuando murió, el pequeño de los dos lo lloró como si se hubiera tratado de su mismo padre.

     Más tarde, cuando Sanidad en los años 60 ordenó cerrar las vaquerías, mi padre se dedicó únicamente a la agricultura, y hasta dos años antes de morir, a los ochenta, no dejó de trabajar en el campo, los últimos en la huerta. Era, como Machado, en el buen sentido de la palabra, bueno; y también, plácido y con una gran capacidad para saborear la vida de la forma más simple. Bueno, si mi madre estuviera aquí, diría que era un somarda. Pero, de cómo hablaba mi madre lo contaré otro día.


     * Ya sabéis que esperamos vuestras aportaciones y sugerencias:elcronistadelared@yahoo.es

© 2007 del texto Marisa Lamarca

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Versión 14.0-Abril 2007