"La noche del lobo" de Javier Tomeo. Anagrama, 2006(Colección Narrativas Hispánicas) |
Hace ya unos meses que La noche del lobo, el último libro de Javier Tomeo, habita entre nosotros. Publicada por Anagrama, se trata de una novela que constituye una elocuente y muy fructífera paradoja en sí misma y en los mimbres con los que ha sido tejida. Es una paradoja porque leemos una novela en la que los recursos empleados descansen en líneas dramáticas: puesta en escena, espacio único, tiempo presente, diálogos actuales, intervenciones textuales del narrador y de algunos animales, -humorístico remedo de la fábula,- que se alzan e introducen como si fueran auténticas acotaciones teatrales. A veces se diría que las novelas de Tomeo son narraciones imposibles, como eran en su tiempo teatro imposible algunas obras de Valle Inclán. En esta intrínseca imposibilidad radica la voluntad de trasgresión, la necesidad de alcanzar un punto más allá de lo que el género permite. Y esto para quien a pies juntillas crea en los géneros. Lo cierto es que la técnica desarrollada por Javier Tomeo elimina la distancia entre texto y lector. El autor coge a éste por la solapa y lo introduce directamente en la línea del escenario donde va a presenciar, como si ocurriera en el salón de su casa, el diálogo entre los dos personajes de la novela. Únicos personajes, si exceptuamos a los animales - un cuervo, un mochuelo, que en realidad actúan a modo de corífeo -, las referencias a las mujeres de los dos protagonistas que ellos mismos hacen, y un ciclista, de breve papel. Los personajes también nacen y crecen en la paradoja. Macario, el más fuerte aparentemente, es un jubilado, abandonado por su mujer, que se ha retirado a vivir a un viejo pajar sin ventanas, es decir aislado de sus vecinos y su entorno, pero asomado permanentemente a Internet, de donde parece extraer todo su conocimiento de la vida, y atado a un telescopio que saca a la puerta de su casa y enfoca hacia las estrellas de vez en cuando. Además escribe poemas que él mismo considera bastante malos. Un traspiés que le lastima el tobillo le obliga a anclarse en un camino del bosque, al tiempo que idéntico accidente le sucede al otro protagonista, Ismael. Así ambos se ven abocados a mantener una larga y nocturna conversación que constituye el edificio de la novela. Están quietos, pero se persiguen moralmente. Se necesitan, pero se enfrentan continuamente. Ismael es un agente de comercio, una persona mucho más convencional que Macario, profundamente enamorado y dependiente de su mujer. Ismael necesita seguridad. Macario, sometido al metamórfico y fantástico influjo de la luna - a punto de transformarse en lobo si no tuviera dentadura postiza- no puede resistir la tentación de dinamitar ese entramado de certezas en el que Ismael está instalado. A Ismael le produce desconfianza e incluso temor la actitud de Macario, pero también es capaz de reírse de él. Macario, en cambio, se sabe más libre y fuerte que Ismael, pero es más vulnerable por sus propias incertidumbres para las que Internet no le sirve. << "Cada vez que esa luna se esconde", piensa, "me deja en un mar de dudas. ¿Quién soy yo en realidad? ¿Soy un poeta solitario que recita poesías a otro caminante solitario? ¿Soy un monstruo sin corazón que abomina de todo lo que le rodea y suspira por las vísceras de sus semejantes? ¿Tan jodido me dejó aquella mujer?" - Dos mil metros son dos mil metros -recuerda mientras tanto Ismael. Demasiados para arrastrarse por el suelo. No nos queda, pues, más remedio que esperar. Ya verá usted como al final vienen a buscarnos. Macario se aprieta las sienes con la palma de las manos y deja pasar un par de minutos antes de despegar los labios. - De todas formas -dice por fin, recuperando la voz de siempre-, sus cálculos sólo pueden ser aproximados. Y le diré por qué. - Dígamelo. - La velocidad del sonido es trescientos cuarenta metros por segundo, es cierto, pero sólo cuando la temperatura media del aire es de veinte grados centígrados. No creo que ahora lleguemos a los veinte grados. Puede que estemos alrededor de los diez. - Un metro es un metro -le advierte Macario-. Recuerde que es la distancia entre las dos marcas de un patrón de platino. Ismael no se atreve a replicar. Lo único que le importa es que Macario continúe soltando chorradas. Vuelve la mirada al pueblo -es decir, hacia las colinas tras las que se quedó el pueblo y su utilitario- y recuerda a Macario que el truco de contar los segundos y multiplicarlos por la velocidad media del sonido lo aprendió mientras estuvo en la Cruz Roja.>> Cuando el ciclista consigue avisar a la ambulancia del pueblo para que vaya a buscar a los dos accidentados, el día está a punto de adueñarse del bosque. La luna, una luna tremendamente valleinclanesca, ha perdido una vez más su oportunidad de transformar la prosaica realidad. Texto no extenso, como lo prefiere Tomeo en general, sus 146 páginas resultan una adecuada medida para lo que se cuenta y cómo se cuenta. Tomeo es un maestro del diálogo, de la ironía y del acerado sentido del humor. La noche del lobo resulta una novela francamente amena, aunque no por ello menos ácida y clarividente. El humor de Tomeo es un bisturí y su lenguaje tan preciso que es capaz de jugar con los dobles sentidos a base de palabra llana y directa con la que, en un ejercicio de prestidigitador, consigue un discurso complejo, siempre un punto disparatado. Luisa Miñana |
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Versión 13.0- Enero 2007