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Juan Gamez Apúntate era un hombre pequeño, delgado, escueto, que pasaba desapercibido fuera de su trabajo. Casado y con un hijo de tres años, nadie entre sus conocidos tenía una mala opinión formada sobre él. Aunque era anodino hasta para su mujer. Sin embargo, en el supermercado se transformaba, ejercía un dinamismo que habría dejado perplejos a los suyos. Nunca hablaba de su trabajo en casa y con sus amigos. Eran dos mundos aparte. El era encargado, a sus treinta y dos años, y ya llevaba cuatro en el puesto. Pululaba por todo el amplio local, ordenando, organizando, mandando, a veces dando gritos, a los cuales los clientes ya se habían acostumbrado y respondían al oírlo con una cierta sonrisa, mezcla de sorna y complicidad. No, no era mala persona, pero casi todos los empleados eran mujeres, treinta y seis, y quizás demasiado jóvenes para dejarlas todo el día a sus anchas sin que saltarán chispas. La relación con ellas y entre ellas provocaba bastantes conflictos. Con los clientes se había ganado su confianza, sobre todo de las mujeres que venían todos los días a comprar, y con las cuales mantenía un trato afable y cariñoso, casi de autentico meloso, a veces un poco servil. Incluso les sacaba la compra a la calle a las señoras mayores. Todo lo que tenía de amable con los clientes se convertía en meticuloso, puntilloso y exigente con los subordinados. Intentaba llevar a los empleados siempre por el recto camino de la eficacia, pero con tantas chicas, se complicaba, decía, bastante el conseguirlo. Entre ellas había problemas, celos, envidias y rencores, pugnas por conseguir buenos horarios e incluso se robaban los novios. Aquí, Juan Gamez Apúntate, se revelaba como un dictador y las intentaba tratar casi como un padre de aquellos años: zanahoria y palo para todas. Con la media docena de hombres que tenía a su cargo era mucho más agradable y los trataba como a sus pretorianos, intentando, sin que perdieran las formas, que siguieran su ejemplo. Lola Garcia Moreno tenía metido en el cuerpo al diablo, y era la semilla de la discordia. No paraba quieta, era chillona, estridente, y burlona, una lagartija llena de sorpresas. A sus dieciséis años creía tener ya mucho vuelo, trabajaba en el supermercado desde los catorce y quería llegar a cajera, para conseguir un mejor estatus y mejor sueldo que el que le pagaban por estar reponiendo las mercancías en las estanterías y preparar los pedidos por teléfono. Juan nunca había tenido ningún escarceo amoroso dentro del trabajo, más bien se mostraba hosco con cualquier acercamiento zalamero de las chicas, sobre todo con las más jóvenes que siempre estaban dispuestas a tomarle el pelo por lo menudo y escueto de su cuerpo y que siempre estaban buscándole la vuelta a sus palabras y modos de conseguir alguna prebenda. Él era el jefe y tenía que estar por encima de aquel gallinero bullanguero para poder tomar las decisiones precisas y necesarias. Cada mes le pasaban las cuentas en la central, y esperaba oír el "ok" al que se había acostumbrado. Esto suponía más comisiones y unos buenos apretones de manos y palmaditas en la espalda de los dueños de la cadena, pero su alegría era más por el buen trabajo hecho que por el dinero. No se encontraba a gusto con tanta gente de corbata pero le halagaba verlos satisfechos con su trabajo y que siempre le pidieran opinión sobre los cambios y las ofertas del mes. Cuando volvía a sus dominios, después de las reuniones, Juan se sentía importante, todas lo miraban y ya sabían lo que les esperaba: mes acabado, mes por hacer, más trabajo, nuevas metas por conseguir y más tener al jefe como una quisquilla tras ellas. Las cajeras eran las mimadas de Juan, sobre todo porque tocaban el dinero y había que conseguir que todo cuadrara y evitar los descuidos y los robos de dentro y fuera. Él tenía sus espías entre las más mayores y siempre estaba reciclando al personal. Así, de todos los supermercados, el suyo era de los más rentables y en el que menos sustracciones había. Eso sí, daba vueltas y vueltas todo el día rebuscando por todo el supermercado intentando evitar así cualquier tentación o descuido. |
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© 2007 Fernando Sarría |
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Versión 13.0- Enero 2007
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