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Como muchas veces se ha recordado, la Zaragoza del siglo XVI, a decir de Mateo Alemán en el Guzmán de Alfarache, "tenía un olor a Italia", una imagen de ciudad próspera y bella que alababan no sólo el autor del Guzmán, sino cuantos viajeros la visitaron en ese siglo y el siguiente y dejaron por escrito sus impresiones (Andrea Navagero, García Mercadal, Gaspar Barreritos, Bartolomé Joly, etc.) Este último, por ejemplo, afirma en su Viaje por España, de comienzos del siglo XVII, que "Zaragoza, como las grandes ciudades de Italia, tiene su epíteto, y como capital de Aragón se la llama la harta, y está llena y bien repuesta, provista de pan y vino como lo está en abundacia"; afirma además que "en Zaragoza, las casas son tales para los particulares que un artesano está allí mejor alojado que uno de los primeros señores en el resto de España, de lo cual se deduce lo buenos que han de ser los edificios públicos". (1) Muchos ciudadanos, más o menos acaudalados, y muchos artesanos/artistas contribuyeron a llenar de casas nuevas las calles, a remozar las iglesias y a amueblarlas de capillas al estilo antiguo, de retablos de pintura y escultura. Los nobles, los burgueses mercaderes que querían ser nobles, y los propios autores de los encargos artísticos competían en la ciudad por hacer la obra más hermosa y suntuosa. Este afán se traslada igualmente a otros territorios del reino, configurándose el siglo XVI como el de la difusión de la estética renacentista en Aragón y el de la ejecución de un elevadísimo número de trabajos. Uno de los personajes, de entre los bastantes que lo hicieron, que ayudaron a este bullir incesante de ideas y realizaciones artísticas y constructivas del siglo XVI aragonés fue Gil Morlanes, hijo, vástago del otro Gil Morlanes, oriundo de Daroca, que en el siglo XV participó en la construcción del emblemático y bellísimo retablo mayor de la Seo, siendo maestro de dicho retablo desde 1479, después de que lo fueran Pere Joan, Francís Gomar y el Maestro Ans. Este Gil Morlanes, padre, era un relevante imaginero de estirpe gótica, muy reconocido por sus contemporáneos y muy valorado por la nobleza. Llegó a ser nombrado en 1493 escultor al servicio de Fernando el Católico, quien le encomendó los sepulcros de Fernando I, Juan II y su segunda esposa, Juana Enríquez, y de la hija de éstos, Marina, todos en el Monasterio de Poblet (Tarragona). Acaso la obra más perfecta de Gil Morlanes, padre, sea el magnífico retablo dedicado al Juicio Final, que aparece entre las escenas de la Transfiguración y de la Ascensión, y que esculpió en alabastro para la iglesia del castillo-abadía de Montearagón, ya con lenguaje renacentista, entre 1506 y 1511 (2). Gil Morlanes, hijo, siguió, pues, los pasos de su padre, aunque su actividad profesional revestiría características en parte diferentes a las de aquel. Seguramente por contar con el favor de quienes ya habían apreciado a su progenitor, enseguida accedió a encargos que para otros hubieran sido más difíciles de conseguir y desempeñó, andando el tiempo, un papel central en la recepción y difusión de los modelos renacentistas en Zaragoza y Aragón, así como en el mercado constructivo y suntuario de la actividad artística. Ignoramos en qué fecha y dónde dio a luz Leonor Cañada, su madre y segunda mujer de su padre, a Gil Morlanes, menor de días -expresión ésta con la que en la época se designaba al hijo de igual nombre para distinguirlo de su progenitor. Siempre se ha supuesto que nacería en Zaragoza en las postrimerías del siglo XV. No sabemos, por tanto, cuántos años tenía cuando murió, en 1547. Como tampoco conocemos la fecha exacta del fallecimiento, si bien hubo de producirse entre el 22 de marzo, cuando otorga testamento, y agosto de ese año. (3) Su vida personal también nos es casi desconocida. Pero sabemos quienes fueron su familia y donde vivió. Se casó, después de sellar sus capitulaciones matrimoniales el 11 de agosto de 1514, con la huérfana Isabel de Aymerich, de familia judeoconversa. Fue su única esposa y con ella tuvo cinco hijos (Agustín, Gil, Ana, María y Jaime) y un sexto ya póstumo, Diego. La familia tuvo tres domicilios, que conozcamos. El primero, en 1514, la antigua casa-taller de su propio padre, quien se la había donado en ayuda del matrimonio, y que estaba situada en la parroquia del Pilar, junto a unas casas que tenía el vizconde de Bolea. Recibió del padre además una viña y un olivar. Sólo un año después, en 1515, compró Gil una casa en el Coso -calle muy ambicionada por quienes querían demostrar su posición social-. Esta vivienda era vecina de las de los maestros de casas (es decir los que las trazaban y construían), Antón de Sariñena y Juan de Sariñena. Morlanes tuvo algunos problemas de vecindad con éste último en 1517, cuando decidió reformar su casa y abrir una ventana en un muro que lindaba con la de aquel. Por último, sabemos que a partir de 1522 vivió en otra casa, en la parroquia de la Magdalena, donde parece que falleció. (*) Este texto ha sido elaborado por Luisa Miñana y se basa especialmente en HERNANSANZ MERLO, A. "Gil Morlanes (el Joven)", en La escultura del Renacimiento en Aragón. Museo e Instituto de Humanidades Camón Aznar. Zaragoza, 1993, pp. 252-255. (1) JOLY, B. Viaje por España.. Tomo 2, pp. 82-83 (2) LACARRA DUCAY, M.C. El retablo mayor de la Seo de Zaragoza. Diputación General de Aragón. 1999. LACARRA DUCAY, M.C. "Don Dalmau de Mur (1431-1456) y Don Juan I (1458-1475)", en La Seo de Zaragoza. Diputación General de Aragón, 1998, pp. 153-174. <> (3) GOMEZ URDAÑEZ, C. "La lonja de Zaragoza y la arquitectura civil de la ciudad en el siglo XVI", en Actas del IV coloquio de arte aragonés. Diputación General de Aragón. 1986. pp. 101-112 (p. 112)![]() |
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