La nueva construcción debió resultar muy suntuosa, a tenor de los comentarios esgrimidos por los diversos viajeros, que pasaron por Zaragoza en los años posteriores, y cronistas como Fray Diego Murillo, que en 1616 comentaba. "ay en medio de ella (calle del Coso) un suntuoso humilladero, o tabernáculo de piedra, en forma redonda, con sus columnas muy bien labradas puestas en el contorno de trecho en trecho, y en medio del una cruz grande tambien de piedra dorada " (5). Aprovechando la reconstrucción del templete conmemorativo, el Concejo encargó al poco tiempo la renovación del empedrado de la zona. De esta manera, se dignificaba una vía que se había desarrollado grandemente y que había pasado a ser un lugar emblemático de la ciudad. Durante el siglo XVII serán varias las intervenciones que se lleven a cabo en el humilladero del Coso, unas de pequeño calibre y otras más importantes. Estas últimas se realizaron por dos veces, en 1654 y sobre todo en 1682. El 24 de abril de 1654 se constituyó una capitulación o contrato entre la Diputación del Reino y el maestro de cantería y albañería, Felipe Busignac y Borbón, para reparar específicamente la cruz medieval instalada en el templete, así como para practicar en uno de los pilares un armario o caja donde cobijar el fanal que guardaba la luz de iluminación, protegida del cierzo y de los malintencionados que se dedicaban a apedrear dicho fanal de vidrio. A raíz de esta intervención, debieron los diputados considerar el mal estado en el que se encontraba el edificio en general y encargaron dos memorias fechadas el 27 de julio de 1654, en las que se recogían todos los arreglos necesarios. Junto a estas memorias se guarda la capitulación subsiguiente para acometer las reparaciones, encargadas a Felipe Busignac y Borbón, a Jusepe de Fe y al carpintero Agustín Escriche. Para completar el remozamiento del edículo se decidió pintarlo, firmándose para ello una nueva capitulación el 7 de septiembre. La minuciosidad del documento es indicativa de la importancia que los diputados le daban a estas labores pictóricas. Con ellas se quería "ennoblecer" la apariencia del templete, hecho en piedra aljeceña y que aún guardaba la monocromía que se impuso ya con el edículo de Morlanes, ahora totalmente en desuso. Con los colores que se iban a aplicar se quería imitar materiales más nobles que la piedra aljeceña, tales como la piedra negra de Calatorao, el alabastro o el jaspe de Tortosa. De la importancia concedida a esta labor es significativo el hecho de que fuera el propio Jusepe Martínez, pintor de fama, como es sabido, y que por aquellos años disfrutaba de gran predicamento, el encargado de la visura y aprobación del resultado de los trabajos. Seguro que en el tipo de reformas acometidas en ese año de 1654, más baratas que acometer una reconstrucción completa, influyó la mala situación de las arcas del Reino y la ciudad en aquel momento, más aún cuando se estaba sufriendo una epidemia de peste. Hay que esperar hasta 1682 para que se lleve a cabo esa más completa remodelación. Es muy posible, aunque no certero, que esta renovación fuese de nuevo una completa reedificación del humilladero, a tenor de las descripciones bibliográficas que se conservan (Escuder, Aramburu de la Cruz, Martón, Ximénez de Embún, etc). Parece que a este nuevo edificio se le aumentarían otra vez las dimensiones, pasando a tener cuarenta y cuatro palmos de diámetro -8,5 metros-, por ochenta palmos de altura en total -15,5 metros-, Sin embargo, la tipología del monumento no varió. Se sigue manteniendo la planta circular y los dos cuerpos con sus doce columnas cada uno. En este edículo de finales del siglo XVII, el segundo cuerpo adquiere más bien forma de tambor, al practicarse entre las columnas unas ventanas de proporción dupla. También se modifica el orden de los soportes, sustituyéndose el dórico de antaño por un orden compuesto. Para compensar, quizás, el menor sentido heroico de este orden, se introducen sobre el friso del entablamento unas pequeñas pirámides que remarcan el sentido conmemorativo, martirial y funerario del edificio. De nuevo lo más destacable es la búsqueda del juego de la policromía. Ahora se introduce similar combinación de colores a la dispuesta en la reforma de 1654, pero en base a la utilización -ya sí- de distintos materiales: contrastará el negro de la piedra de Calatorao de los fustes de las columnas con el blanco de basas y capiteles, perfilados además mediante dorados. En la cornisa se introducen tarjas de bronce, y en el friso se dispone una leyenda, en letras de oro, que corre sobre un fondo azul. También pendían de la cornisa alta cuatro escudos con las armas del Reino, según la descripción de Escuder y Aramburu de la Cruz. Sobre esta cornisa se elevaba la cúpula terminada en un lucernario, rematado al exterior en una bola y una cruz. Parece que cobija el humilladero la misma cruz medieval de siempre, que desde 1654 se perfilaba con policromía dorada. Está custodiada por sendas imágenes de Cristo y María. (5) MURILLO, D. Fundación milagrosa de la Capilla Angélica y Apostólica de la Madre de Dios del Pilar y Excellencias de la Imperial Ciudad de Çaragoça. 1616. tratad. 2, cap.1, p. 8. |
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