Naimisa. Silvia Martínez Rovira 2

Cronista


Naimisa

"Un maestro, busco un maestro, esa frase entre nosotros, salvando la un maestro, busco un maestro, esa frase entre nosotros, salvando la"> Su voz era un milagro. Cuando cantaba la raga de la luz,todas las lámparas de la habitación se encendían inesperadamente, cuando cantaba la raga del agua, empezaba a llover. Cada uno de sus gestos era una invocación. Quizás por ello a las pocas semanas de su llegada enfermé. Mi corazón estaba agitado como el de un pájaro herido. Perdí el hambre y la capacidad de meditar. Todo se llenaba de ella, el miedo se apoderó de mí. A menudo soñaba con su cuerpo mojado bajo un sari. El sari tenía el color del sol y en sus brazos corrían mil delgadas pulseras que tintineaban mientras bailaba. Bailaba con los ojos cerrados, una esmeralda resplandecía en su frente. Y era tan terriblemente hermosa que al despertar sólo deseaba su cuerpo, sus labios, su silencio lleno de matices. Sin embargo, abría los ojos y la veía a mi lado, dormida, con el rostro iluminado, de tal forma, que temía que mis manos pudiesen mancillar su pureza. Tanta contradicción me torturaba. Y esa tortura me impedía ser el maestro que ella merecía. Pero nunca hubiese tomado la decisión de alejarme de ella, de pedirle que dejase nuestra casa, de decirle que no podía seguir siendo su maestro. La amaba, como hasta entonces sólo había amado a Dios. Sentía que debía renunciar a uno de los dos. Era un deber ridículo que nadie me infringía. Una mañana, tras la puja.
Una mañana ella se acercó, me besó. Oteó en el fondo de mis ojos, para llevarse parte de esa tristeza con ella.
Una mañana que me había pedido que recogiese su cabello en una trenza, que la ayudase a enrollarlo sobre su coronilla.
Una mañana que había enlazado flores con sus manos para el altar.
Una mañana cualquiera, Ni ritos, ni austeridades, ni sacrificios., (mirándome muy adentro con una sonrisa diáfana)
Ni sacrificios, ni ritos, ni austeridades. Cogió mi mano que yacía muerta, temblando. Cogió mi mano derecha, la depositó sobre su pecho. Sólo conozco este camino,
(besó la palma de mi mano, besó mi corazón) sólo,
Cerró sus ojos, esperó que besase su frente, y se fue. Había decidido aliviar mi peso, evitar mi dolor.
Me quedé con el calor de sus palabras en mis labios, la tibieza de su piel en mis lágrimas y el cuerpo manchado por una sombra. La vi alejarse, tranquilamente, entre los manzanos, primero, y luego mas allá, su cuerpo difuminado por la distancia.
Hice una canción. No he dejado de recitarla, en ella beso su nombre. Ese bosque sagrado al que acudo a diario. Naimisa. Naimisa. Huele a verano, como la tarde que ella llegó. Huele a verano, espero.

(N.d.A.): Naimisa es el nombre del bosque sagrado donde se recitó por primera vez el Mahabharata.

Flores

© 2006 Silvia Martínez Rovira

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