Visita 1

cronista

Visita a las cuatro

Juan Solo

     Debían ser las cuatro, no podía ser otra hora. Esta sólo podía ser la cuatro. La apariencia de esta hora la reconocía de sobremanera. Densa oscuridad e intensas entrelíneas de luz amarilla reflejándose en el pavimento, en las ventanas, en su revista.

     Escuchó el sonido de la hoja al ceder su papel a la siguiente. Habían pasado minutos sin sonidos. La graduación con la que disminuía era imperceptible y como el tiempo, estaba ya de pronto el silencio, sin conocer el sitio de reposo en el que descansaba el sonido usual de la ciudad. En la zona céntrica de la ciudad.

     Absorbía rápido el ardor del frío húmedo nocturno del puesto de lámina, habíase olvidado del seco calor. Abrió una botella de agua. Tibia.

     Un carro fue el que se detuvo, uno sólo que nunca oyó venir.

     Bajó un hombre joven, no más de treinta y ya sin corbata.

     - Me das unos cigarros… esos, y un mazapán. ¿Cuánto es?

     Lo observó. Guardó los cigarros en el saco y abrió el mazapán. Miraba la calle con un sentimiento que le pareció variar entre apatía y curiosidad, la vista muy lejos de su alrededor. No podría precisarlo: explicar la mente de otra persona. De ese hombre.

     No parecía triste, como tampoco feliz. Era, cómo decirlo... raro, no mucho para esta ciudad, para este lugar, para esta hora; empero, sí una distracción única y por tanto renombrable. Tenía una mano en la bolsa del pantalón, en la otra sostenía el mazapán. Tenían que ser las cuatro.

     Su mirada definitivamente estaba en otro sitio, realizando esa magia que el Hombre puede hacer en su mente: desplazarse a recuerdos. A pensamientos. ¿Donde estaba? ¿Con quién? Comía lentamente el mazapán. No parecía llevar prisa no obstante ser las cuatro, en todo caso poco le importaba. O era quizá que el tiempo corría diferente en donde su mente se enfocaba, y allí ¿qué hora sería? Miraba su revista sin leerla y lo miraba a él intentando leerlo. Cómo leer un lugar lejano, ¿qué tanto o cuánto de lugar tendría? En el silencio de un sitio es difícil escuchar el sonido de otro. Terminó el mazapán. Arrugó la envoltura y la tiró casi sin ver en la caja que fungía de basurero. Se despidió con un levísimo ademan y un cambio casi imperceptible en el rostro diciendo "Órale, gracias". La mano izquierda todavía en el pantalón. Lo vio subir al carro, venía solo. Era un buen carro, negro, igual a todos los modelos de ahora. En el parabrisas se reflejaba el amarillo intermitente. Lo vio ponerse lentes, con lo que aparentaba mayor edad, o más bien una edad diferente, a pesar de seguir siendo la misma. Una edad responsable. Encendió el auto tras hacer lo mismo con las luces. Volteó su mirada a la revista, oyó un nuevo y ahora intenso cambio de hoja que esta vez lo asustó. No fue su revista. Abrió con estrépito y apuro la puerta del puesto para contemplar el origen de aquel sonido.

     Debía ser culpa del otro auto, no podía ser de él. La velocidad al menos fue del otro auto. Su mirada se había quedado en aquel sitio, quizá lejano. Quizá más tranquilo.

     Apenas pasadas las cuatro, regresó al interior de la ardiente lámina. De no haber avanzado el impacto hubiese sido contra él, contra su puesto, contra ambos. Su mirada estaba entonces en otro sitio, con él, agradeciéndole; entre egoísta y angelical.

© Juan Solo, 2003

© 2003 de la ilustración, Chema Lera

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