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Todas estas posesiones son explotadas económicamente por los habitantes de las poblaciones correspondientes, mediante el sistema de treudo o entrega a cambio de un tributo estipulado, una especie de arrendamiento. Precisamente el momento de inflexión negativa para el monasterio de Sijena se produce hacia mitad del siglo XIII, cuando a las luchas internas en el cenobio (reflejo de las que ocurren en el universo político y social al que pertenece), se une la rebelión de las poblaciones, - propiciada por el auge del poder municipal -, que intentan abandonar la jurisdicción del monasterio y pasar a la de realengo, a las continuadas usurpaciones por parte de la nobleza y en definitiva al alejamiento de la propia monarquía, cuyo interés va desplazándose hacia las tierras catalanas y valencianas. Finalmente, la intervención de rey Jaime II, volviendo a proteger al monasterio, salva la situación. Pero Sijena ya no tornará a tener el mismo brillo, a pesar de que el siglo XIV se inicia con su conversión en centro artístico y cultural del Reino. En 1321 Jaime II consigue que el Papa acepte el nombramiento de su hija, la infanta Blanca de Aragón y Anjou, como priora del cenobio, en el que llevaba profesa desde los cinco años. Sijena se convierte en un centro palaciego tanto como religioso, en donde llega a haber más de cien dueñas, todas pertenecientes a la nobleza, con sus respectivas sirvientas y sus habitaciones particulares que se construyen sin cesar por todo el recinto monacal. Se vive una época de esplendor arquitectónico y artístico: el palacio prioral, la puerta principal del monasterio, la nueva biblioteca, el nuevo dormitorio, retablos, tapicería, muebles, etc. Se organiza una especie de vida cortesana, con fiestas y continuos viajes de la priora y sus dueñas que se desplazan como una corte feudal. En fin, se avanza sin cesar hacia la tremenda bancarrota a la que llegará la institución hacia mediados de siglo, cuando muere doña Blanca en Barcelona, en 1348. Sijena tiene una ubicación estratégica, que lo convierte en piedra angular de un amplio territorio, muy poco poblado y expuesto todavía, en torno a las fechas de fundación del convento, a los enfrentamientos de musulmanes y cristianos. La misión fundamental que la monarquía encomienda al monasterio será pues la de repoblación, concediéndole sucesivos territorios y atrayendo a ellos pobladores mediante la adjudicación de treudos y cartas de población a villas de señorío. De nuevo la monarquía, en la figura de la reina aragonesa, Leonor de Portugal, y la nobleza, de la mano de la condesa de Barcelos, salvan a Sijena de la ruina, a costa de sus fortunas personales. Será la última vez. A partir de entonces, el monasterio deberá vivir de las dotes de sus dueñas y sobre todo de las rentas de sus posesiones, lo que le creará graves y continuados conflictos con las mismas y sus pobladores. La llegada de la dinastía Trastámara a la corona aragonesa, ya en el siglo XV, tras la muerte sin sucesión de Martín I el Humano, marca del definitivo y paulatino ostracismo de Sijena, que se había decantado por el pretendiente perdedor, Jaime de Urgell. |
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