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Calvino no tuvo que pensar mucho sobre quién era el autor de esta obra, puesto que en ella se incluían las treinta cartas que personalmente le había escrito Miguel Servet. Además él mismo seguía teniendo el manuscrito que éste le había enviado. Esta vez Calvino estaba decidido a la aniquilación del aragonés, aunque nunca pensara que éste se lo fuera a poner tan fácil. El dictador ginebrino tenía mucha información. Y la hizo circular. Utilizó para ello a un ferviente seguidor, llamado Guillermo Trie, que mantenía correspondencia con un primo suyo de Lyon, católico y muy preocupado por el avance de las doctrinas reformistas, Antonio Arneys. En una misiva, fechada el 26 de febrero de 1553, y que parece tal que dictada por el mismísimo Calvino, Trie da cuenta a Arneys de cómo en Francia guardan impunemente a un redomado hereje, algunas de cuyas posturas doctrinales resume, y que identifica como "un español-portugués llamado Miguel Servetus por su propio nombre, pero que se hace llamar en la actualidad Villeneufve, ejerciendo la Medicina. Ha vivido algún tiempo en Lyon, y actualmente está en Vienne, donde el libro de que os hablo ha sido impreso en la imprenta de un tal Baltasar Arnoullet". La denuncia viene acompañada de las primeras hojas de la Restitución del Cristianismo. El cebo estaba puesto y Arneys picó. Puso en conocimiento de la Inquisición francesa todos los hechos y ésta inmediatamente inició su investigación, directamente dirigida a constatar la presencia del médico Vilanovanus en Vienne del Delfinado. El registro practicado en casa de Servet da escaso fruto, sin duda porque éste tuvo tiempo de deshacerse de los escritos más comprometedores. Por eso, durante la segunda quincena de marzo, los inquisidores y autoridades eclesiásticas de Vienne, incluido Palmier -no le quedaba más remedio- utilizan el mismo medio que Calvino para inquirir más información. Las cartas a Ginebra van y vienen y al final Calvino por medio de Trie entrega a la Inquisición católica dos docenas de las epístolas que Servet le había escrito y el manuscrito de la "Restitutio...", que llevaron directamente a Servet a los calabozos del palacio arzobispal el 4 de abril, donde estuvo tan sólo hasta el día 7, cuando en la madrugada pudo escapar a través del jardín y la terraza. Está claro que sus amigos de Vienne querían protegerle y le pusieron fácil la huída. Pero Servet, quién sabe por qué, se fue a Ginebra. Juan Calvino El propio Calvino le descubre el 13 de agosto, domingo, en la iglesia de San Pedro donde predica. ¿Qué hacía allí el aragonés?. Durante el proceso al que le sometió el Concejo de Ginebra declaró que había llegado ese mismo día. ¿Por qué buscó con tanta premura a Calvino?. Servet tenía que saber que el teócrata ginebrino había aportado las pruebas definitivas en su proceso en Vienne del Delfinado, que había concluido, aun en su ausencia, con su condena a la hoguera, a la que había sido llevado en efigie, junto con sus libros, el 17 de junio, mientras él continuaba escondido en alguna parte. Si las cosas se le habían puesto ya tan mal, ¿por qué sigue provocándole? Es como si anduviera buscando el enfrentamiento definitivo, el dramático encuentro que pusiera a la historia de parte de uno o de otro de los combatientes. En cuanto lo reconoció, Calvino denunció a Servet que fue apresado por la tarde. Durante dos meses y medio Miguel Servet permanece encerrado en unas muy precarias condiciones y sometido a interrogatorios que evidentemente sólo persiguen demostrar su culpa. Calvino mueve los hilos y cierra uno tras otro todos los círculos. El último será de fuego. Interpone a su criado Nicolás de la Fontaine como acusador, y a su amigo Germán Colladon para que discuta los asuntos teológicos que La Fontaine no es capaz de discernir. Informa al Concejo del proceso que se la había instruido al sijenense en Vienne para que aquel requiera la información que le sea precisa; y cuando los magistrados deciden recabar la opinión de las iglesias suizas de Zurich, Basilea, Schaffhausen y Berna, Calvino escribe previamente a sus pastores para predisponerles en contra de Servet y prácticamente indicarles cuál ha de ser su opinión: a Sulzer, pastor de Basilea, le conmina: "¡Que no se libre ese impío de la muerte que para él deseamos!". El mismo Calvino ha participado en alguno de los interrogatorios y ha elaborado un copioso informe sobre todas las obras escritas por el aragonés, consiguiendo sacar de quicio a Servet que le dedica sus mejores improperios. |
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