En aqueste antiguo Reyno conviven con los lugareños cual iguales, espíritus y ánimas de muertos vivientes, almetas las llaman muchos, y causan en unos, pavor inmenso, y compasión en otros. E aquesta historia que a relatarles comienzo, dizque ocurrió no ha muchos annos, y sucedió en la Villa de Benás, o Benasque.
Acercábase la vieja, como todas las mañanas, a la misa temprana. Oyéronse los toques de campanas. La anciana se extrañó, pues no era habitual que sonaran en tan primera hora. Su extrañeza se acrecentó nada más atravesar el atrio y acomodarse en uno de los reclinatorios cercanos al altar. Causa de su desasosiego era la ausencia de fieles en el templo. Estaba sola. El olor a moho, a humedad asentada en los bancos de madera, y a humo, la envolvían. Era un aroma familiar, el de su iglesia, igual al de todas las viejas iglesias. Sin embargo, esa familiaridad no la tranquilizaba. Hacía frío. Sus huesos, dados a padecer reúma y artrosis, traqueteaban a causa de continuos escalofríos. Se arrebujó en el mantón negro. Se ajustó el nudo de la mantilla. Se frotó las nudosas manos. Sacó el rosario del bolsillo del mandil. Miró hacia atrás. Aún no había entrado ningún otro parroquiano. Crujieron las maderas del suelo del altar. Por la puerta apenas abierta de la sacristía, apareció, arrastrando cansinamente los pies bajo la sotana, el cura. |
Aún sus nombres resuenan en mi memoria: Juana y Margálida. Si apurado soy, capaz sería de recordar hasta sus apellidos de familia, que si fueran Bardaxí y Escuder, no andaría mi cabeza descaminada. Las Bruxas de Tamarit, decían las gentes de Zaragoza, que vienen al Santo Oficio para ser condenadas a la hoguera de la Aljafería. Recordar no puedo, sin embargo, si fueron o no al fuego dadas, más seguro sí estoy de que malvivieron larga condena. A las mientes me vienen presto su fechorías confesas, y bruxas eran, voto a tal, que conocí sus andanzas. Siete decenas de annos arrastraban las pobres diablas cuando llegaron ante el Santo Tribunal. Más por Cristo que jamás en mi vida a contemplar he vuelto tan vivos ojos en medio de tan muerta carne. Recuerdo que en confesando aberraciones tales, mirábame la Bruxa Bardaxí, y helábase el tuétano de mi cuerpo, doquiera que eso esté. Poder tenían las tales, que hasta desataron de los cielos la más terrible tormenta de todos los tiempos: cayeron, no piedras, que rocas eran las que bajaban a peso de la negra techumbre en que habíase convertido el firmamento. Mataron caballerías, anegaron zequias, derrumbaron parideras chafando lo que abajo había, desviaron ríos y hasta caminos, más ay, tan sólo fueran aquestas desgracias las que trujeron las piedras. Peor suerte corrieron los campos recién sembrados de cereal de invierno, futura despensa de tantos, quienes desde aqueste aciago día, marchar tuvieron, cual vagamundos, porque en perdiendo campos y cosechas, como desfacerse los dineros cual arena entre los dedos era. A tal llegaron los malignos poderes de las Bruxas, y allí mesmo contaron cuáles fueron sus oscuros rituales. Una noche, dixeron, acudieron junto con otras bruxas en conventículo, a las viñas cercanas al pueblo, y allí se encontraron con el mismísimo Senyor del Averno, montado en un gigantesco caballo negro, sombra entre la noche. Encendieron teas refulgentes con cárdenas llamas, cargadas de azufre, y en medio del contaminado humo, con cánticos aberrantes y obscenos, ya todas fuera de sí, besando fueron la mano a su Senyor. Encaprichose el Rey de las Tinieblas de Margálida, y como ella misma confesó, tuvo parte con ella por detrás. Juana la Bruxa recordaba también que a ella le arremangó las faldas, y que entre sus piernas sintió algo frío, y que se vió aporreada por su Senyor. Y que después de tamañas orgías, vino la verdadera y temible invocación. Una noche y un día, y hasta la siguiente noche duraron cánticos y danzas demoníacas entre las retorcidas cepas sarmentosas. Convertidas ya las brujas en poderes encarnados de la naturaleza desatada, orinaron todas en el pisoteado suelo, arañaron con sus dedos los terrones, y con los ojos en blanco dirigidos al cielo del que renegaban, lanzaron contra él excremento y barro, y el cielo se cubrió de nubes negras, y los truenos removieron a los muertos de sus tumbas, y apedreó con inmisericorde furia. Fueron aquestas bruxas acusadas de matar caballerías y vengarse de personas, no parando ni en sus mismos parientes, y procurando incluso la muerte de un inocente niño por medio de unturas sobre su blanco pecho. Al menos, dixeron así las bruxas ante testigos, dixendo como habían renegado del Criador de corazón y apartándose dando al Demonio la obediencia y hecho en su servicio cuanto de mi memoria he estrujado para conversar con ambos dos, quienes habéisme dado palabra de olvidar las mías en concluyendo, que sea en aquesta hora y lugar. |
©1997 Chema Gutiérrez Lera |
Díle mi palabra en efecto, aquella noche junto al fuego, de olvidar, y tal como dar debió él mesmo la suya propria de no dilucidar cuanto oyera ante el Santo Tribunal, conmino a Vuesas Mercedes a seguir igual exemplo, y guardar para nos cómplice secreto de cuanto acaban de leer.
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