-Muchacho -le dijo el cura, un hombre joven vestido con sotana- Has tenido suerte de llegar a mi iglesia. Calma tus nervios, pues aquí no puede hacerte daño.
-¿Pero quién era? -preguntó nervioso Tomás Buenasera- ¡Haga que se vaya! ¡Haga que se vaya! ¡No puedo soportar esa imagen en mi mente!
-No temas -le contestó el sacerdote- Ya se ha ido. Ya te he dicho que aquí dentro nunca podrá entrar. Aquí estás a salvo.
-Ay, Dios, ay Dios -se lamentaba el muchacho-. Me lo encontré esta tarde en el camino hacia aquí, sentado en una silla roja, y como no me dejaba pasar le dado un puntapié y lo he echado del camino. Ay, Dios, ay Dios...
-Elo Fontun no perdona fácilmente -le dijo seriamente el cura-. ¿Conoces a los trasgos? Él es uno de ellos. Se les aparece a los caminantes sentado en su silla roja, con apariencia de niño, y afortunado es el que logra echar agallas y seguir su camino sin sentir lástima de él. Tu mal humor te ha servido de algo esta vez, muchacho. Muchos no han tenido tu misma suerte.
-¿Muchos? ¿Qué les pasó a los demás que lo vieron? -exclamó.
-Desaparecieron sin más -dijo-. No eres de estas tierras, ¿verdad, chico? Si lo fueras conocerías la leyenda más temida de estos bosques. Elo Fontun no deja de sus víctimas nada, se les pierde el rastro para siempre. Solo deja una silla roja en el lugar del encuentro para que todos conozcan la suerte de esas personas.
-¡Pero ha dicho que pagaré mi pecado! -gritó Tomás Buenasera echándose las manos a la cara- ¿Qué suerte me espera después de mi encuentro con ese trasgo?
-Oh, muchacho -dijo el cura-. No sabes lo mejor de la historia. La leyenda dice que quien demuestre no sentir temor ni pena al encontrarse con él tendrá una recompensa. En tu sino habrá cambios, y buenos, no lo dudes, pero puede que algún día uno de tus hijos se tope con él y pague por tí tu deuda.
-¿Uno de mis hijos? Si los tengo les contaré su leyenda y actuarán como yo, y los hijos de mis hijos harán lo mismo.
-No, muchacho, pues ellos conocerán la leyenda y sentirán mucho miedo al encontrarlo en su camino, y el trasgo dejará de estar cabizbajo y se levantará para mirarlos, y su boca se abrirá, y sus brazos se estirarán hasta apresarlos entre ellos. No habrá escapatoria. Tenlo en cuenta.