Anton Castro. 0.

Cronista


Cronica sentimental
Titulo Anton

     La vida sentimental de un hombre al que han abandonado es muy compleja. Ese era el caso del fotógrafo Manuel Martín Mormeneo. Su mujer lo había dejado y se había fugado con su primer novio, un poeta de Olivenza que escribía en portugués y en castellano en la revista Espacio-Espaço. "Me marcho yo antes de que me dejes tú. Cuida a los niños", fue la escueta nota que se encontró en la mesa de la cocina. El desengaño le había cambiado la vida, pero no el gusto por las mujeres.

     Ahora podía decir algo que había escrito en sus diarios muchas veces: le gustaban casi todas. No era indiferente a casi ninguna y en el fondo se sentía un cazador agazapado, un observador que siempre está dispuesto al amor. Las únicas fotos que había robado eran de mujeres que pasaban ante sus ojos y reclamaban su atención por algo: por su forma de andar, por la variada belleza de sus traseros, por un gesto de despreocupación al cruzar la plaza, por su complexión despampanante construida con curvas y pliegues, por un irresistible encanto en el pelo o en los ojos al que no acertaba a ponerle palabras. Martín Mormeneo se decía a sí mismo que era un mirón. Desde su forzada separación no podía alardear de conquistas; en un par de ocasiones se dejó convencer por su amigo Oliverio Melús y fue a un club de las afueras. Se acostó con una brasileña, tan suave en el hablar como ardiente en la intimidad, y con una cubana de ojos aterciopelados como una noche cerrada con temblor de estrellas. Fueron amores urgentes y tempestuosos de pago que le devolvieron la felicidad y tal vez una cierta sensación de hombría recobrada, pero no quiso volver.

     Oliverio Melús, cuando lo veía entrar por la prensa o por revistas, se quitaba los cascos de la radio y le narraba sus últimas aventuras: historias sexuales, con pelos y señales, con rumanas, brasileñas, búlgaras, rusas o cubanas. Él también se había separado, a él también lo había engañado su mejor amigo, y el único compromiso que estaba dispuesto a adquirir era el del feroz intercambio de líquidos con extrañas. Si alguna se ponía tierna, la llevaba de paseo en su Yamaha de 750 cc. por el aeropuerto o a orillas del Canal Imperial; una vez detuvo la moto bajo una higuera y allí consumó uno de sus sueños eróticos: poseer sobre el asiento a una bahiana sedosa llamada Clarice. Oliverio Melús era un moderno a su pesar al que le perdía su afición a los libros de psicología y de autoayuda. "Necesito conocerme a mí mismo", solía decir con abatimiento.

     Martín Mormeneo es de hábitos fijos. Hay cosas que no cambiaría por nada. Pasear a su perra Eloísa, por ejemplo. Lo hace por la mañana, antes de ir al trabajo, y por la noche, en un descampado, próximo a la iglesia que diseñó el joven arquitecto Ricardo Magdalena. Pueden darle la una o las dos. Se sienta en el banco, abre uno de sus catálogos de fotografía y sólo levanta los ojos de vez en cuando hacia el animal suelto.


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Versión 13.0- Enero 2007

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