Bilbilis 3.

cronista



Bilbilis


     Desde el lado oeste del foro otra gran escalinata descendía hasta la plaza que antecedía el acceso al teatro, que se construyó sobre el terreno del profundo barranco que se extiende entre el monte de Santa Bárbara y el de Bámbola. Adosado a esa ladera natural, su graderío tenía capacidad para más de 4.600 espectadores, lo que pone de manifiesto que era una construcción pensada para acoger a la población de los alrededores. Formaba una unidad urbanística y monumental con el foro y seguía el modelo del teatro Pompeyo de Roma. Lo más singular estaba acaso en su frente de escena, formado por veintidós columnas, en dos niveles, y con tres exedras curvas que se adelantaban de la línea del frente, al igual que sucedía en el teatro de Sagunto. En el exterior de lo que fue el teatro quedan restos de un pequeño templo o salcellum muy posiblemente dedicado a Livia, la esposa de Augusto, durante cuyo mandato comenzó la construcción del teatro, que se prolongó hasta el del emperador Claudio.

     En la misma época de Augusto, y ascendiendo en la ciudad hacia el norte, se elevaron las termas públicas conocidas de Bilbilis, aunque es posible que hubiera otros edificios dedicados a baños públicos. Esa primera construcción no era demasiado amplia y por ello en una segunda fase de remodelación, en tiempos de los flavios, se acrecentaron sus dimensiones y se aumentó el número de salas: apodyterium (vestuario, con hornacinas para guardar la ropa), frigidiarium (sala dotada de una piscina de agua fría), tepidarium (sala templada), caldarium (sala con calefacción en suelo y muros, en la que se ubicaba una gran bañera de agua caliente) y una pequeña sala final de reposo abierta al caldarium y con una fuente de agua fresca que dulcificaba el ambiente de éste último. Las termas de Bilbilis estuvieron preciosamente decoradas con pinturas de estimable calidad, realizadas en el IV estilo pompeyano, y debidas a alguna compañía de pictores itálicos ambulantes.

     A su medida, Bilbilis tenía todo lo que una ciudad romana podía ofrecer a sus habitantes. Disfrutó de una planificación urbanística excepcional, en la que los expertos han visto fórmulas y esquemas propios del oriente helenístico, pasados por los modelos de la Italia central. Sus viviendas, muchas porticadas y con atrio, e incluso huerto, en buena parte orientadas al sol de mañana y protegidas de los vientos, y sus calles aterrazadas y adornadas por revestimientos de mármol y piedra, fuentes, estatuas y epigrafías de conmemoración, fueron testigos de una activa vitalidad que dominó la comarca durante un par de siglos. Bilbilis acuño moneda y, como recuerda su ilustre hijo, Marco Valerio Marcial, fue famosa por el trabajo del hierro de sus ferrerías, si bien sus ciudadanos multiplicaron sus ocupaciones disfrutando de un pausado devenir pegado al ritmo de las estaciones. Locales comerciales, hornos cerámicos, herramientas artesanas, lugares de esparcimiento como cantinas y termas, son testigos de una apacible vida urbana que no olvidaba el cuidado del ganado - sobre todo caballos- y campos - reputados por sus hortalizas y frutales- o a la práctica de la pesca y caza:

      "Varón digno de ser celebrado por las gentes de Celtiberia, gloria de nuestra España, vas a ver, Liciniano la alta Bilbilis, ilustre por sus caballos y sus armas, y el Moncayo encanecido por las nieves y el sagrado Vadavarón (1) de montes abruptos, y el placentero bosque del delicado Boterdo (2), protegido por la fecunda Pomona. Te bañarás en las tranquilas badinas del tibido Congedo (3) y en las blandas balsas de las ninfas, y tu cuerpo, relajado en ellas, lo vigorizarás en el poco profundo Jalón, que templa el hierro. La misma Voberca (4) ofrecerá a tu mesa salvajina que podrás cobrar cerca. Los veranos sin nubes los suavizarás en el aurífero Tajo tupido por la sombra de los árboles; tu sed ardiente la aplacará la helada agua del Dercenna y del Nuta más fría que la nieve. Pero cuando el nevado diciembre y el invierno desaforado brame con el bronco cierzo, buscarás los soleados litorales de Tarragona y tu Leletania…" (Marcial, Epigramas, Libro 1, XLIX)

     El silencio y el cierzo se instalaron en la ciudad con el progresivo abandono de sus muros a partir del siglo III. Las cartas entre Paulino de Nola y Ausonio a finales del IV indican que Bilbilis ya ha sido abandonada a su suerte. Nunca fue olvidada sin embargo, aunque fuera para sufrir un expolio que dio vida ya en tiempos de otra civilización, la musulmana, a la nueva Calatayud, su heredera, que siguió alimentándose de ella en largo expolio de piedra y alma que no concluyó hasta acabar reduciéndola a huellas que hoy los arqueólogos se afanan en reinventar con la fidelidad histórica que su ciencia permite.

     1. Sierra de Vicor (subir)

     2. Actual huerta de Campiel (subir)

     3. Río Alhama, de aguas termales(subir)

     4. Bubierca (subir)

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